Capítulo 25

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Cierro los ojos, intentando que la cabeza deje de darme vueltas, y acomodo la cabeza sobre la almohada.

Creí que la peor parte del embarazo fue aquella primera revisión en el hospital. Pero me equivoqué, los malestares matutinos sí que son lo peor.

Siento que Peeta me acaricia la mejilla, y que me tapa más con las mantas.

—¿Te encuentras bien? —susurra.

Asiento con la cabeza.

—Sólo es lo de todas las mañanas.

Aún con los ojos cerrados, me acerco a él y acomodo la cabeza sobre su pecho.

Siento que él me abraza, y que me deja un beso en la coronilla.

—Quizá hoy no vaya a la panadería —me dice, mientras me acaricia el cabello.

—Ayer tampoco fuiste.

—Lo sé, pero no puedo dejarte sola ahora que los síntomas se han intensificado.

—Oh vamos, sabes que de todos modos me la paso durmiendo casi todo el día.

—Pero puedo cocinarte. Especialmente ahora que he descubierto cuánto te gustan las tartaletas de fruta.

De sólo escuchar el nombre, siento que se me hace agua la boca.

—¿Qué pasará con la panadería? —lo abrazo.

—Birch se hará cargo, no te preocupes por eso. Deja que te cuide, ¿de acuerdo?

—Está bien —suspiro.

Siento que el cansancio me va venciendo poco a poco. Y cuando estoy a punto de quedarme dormida, escucho que alguien entra a la habitación.

—¿A dónde llegarás a este paso, preciosa? —distingo la inconfundible voz de Haymitch, pero ni siquiera hago el intento por abrir los ojos—. Sólo comes y duermes.

—Déjala en paz, Haymitch —escucho que dice Effie—. Porque estar embarazada no ha de ser para nada fácil.

Suelto a Peeta, y volteo a verlos.

—¿Qué hacen aquí? —pregunto confundida, y me siento despacio sobre la cama—. Aún es temprano.

—Si para ti las diez de la mañana es temprano... —dice Haymitch, mientras se encoge de hombros.

Effie le da un codazo, y se acerca a mí.

—No queremos ser inoportunos, pero hace unos días pedí algo para ti del Capitolio. Y ya ha llegado —dice con emoción, mientras se sienta en el borde la cama. Veo que saca algo de su bolsa, y me entrega un frasco de cristal color ámbar—. Son vitaminas que son muy buenas para el embarazo. Y también pueden ayudarte un poco a sobrellevar los síntomas.

—Muchas gracias, Effie —le sonrío, y dejo el frasco sobre la mesita de noche—. Enserio te lo agradezco.

Ella me corresponde la sonrisa.

—Se supone que el embarazo debería rejuvenecerte —interviene nuevamente Haymitch, con el evidente afán de hacerme enojar—. Pero al parecer ha sido todo lo contrario.

—Creo que no dejarás de molestarme en los siete meses que restan, ¿Verdad? —replico enfadada, y siento que Peeta me acaricia la espalda, intentando tranquilizarme—. No quiero ni imaginar lo que me espera cuando me crezca la barriga.

—A penas estoy empezando —asegura, mientras se cruza de brazos.

Lo miro molesta.

—No le hagas caso, querida —me dice Effie, mientras me toma la mano—. Sabes que estamos aquí para ayudarte. ¿Cómo te has sentido?

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