Capítulo 38

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—Mami —escucho su voz, pero me quedo acostada—. Mami.

No sé cómo, pero ella consigue subirse a la cama. Y la tengo frente a mí cuando menos me doy cuenta. Me mira confundida.

—¿Por qué sigues dormida? —pregunta, y frunce el ceño.

Abro los brazos.

—Ven.

Ella me obedece. Se acurruca junto a mí y deja que la abrace.

—¿Qué pasa mami? —me mira.

Le quito el cabello de la cara, y se lo acomodo detrás de las orejas.

—Estoy cansada.

—¿Por qué?

Le sonrío.

Creo saber la respuesta.

Estos días me ha costado mucho trabajo levantarme. Incluso hoy, después de servirle el desayuno a Peeta, volví a la cama, y me quedé profundamente dormida.

—No me siento muy bien —le respondo, y le beso la cabeza.

—¿Estás enferma? Vamos con la abuela.

—No, no te preocupes. Estaré bien.

Se acomoda, y se queda en mis brazos sin quejarse. Nos quedamos un rato más, y cuando ya estoy quedándome dormida, ella se remueve y se zafa de mi agarre.

—Tengo hambre mami —me dice, apoyando las manos en mi abdomen mientras da pequeños brinquitos—. Quiero panqueques.

—¿Panqueques? —frunzo el ceño—. Eso desayunaste ayer.

Me sonríe.

—¿Por favooor? —me implora con la mirada—. ¿Si?

Suspiro.

—De acuerdo, sólo por esta ocasión.

Bajamos, y le preparo el desayuno mientras le pido que me ayude a limpiar la mesa. Y como sólo tiene tres años, la ayudo a subirse a la silla, y limpia como puede.

Tiempo más tarde, cuando los panqueques están listos, ella insiste en decorarlos.

Willow parece haber heredado el espíritu artístico de su padre. Adora pintar, y ni se diga ver a Peeta decorar los pasteles de la panadería. Y al igual que cuando Prim era pequeña, ella siempre me jala de la mano cuando estamos cerca de la panadería para que veamos los estantes llenos de pasteles.

—¿Te gusta? —pregunta ilusionada, sin quitarme la mirada de encima.

Miro los panqueques, que están casi desbordados de jalea de fresa, tienen un montón de miel de maple, algo de crema batida, y chispas de chocolate esparcidas encima. Parece todo un revoltijo repleto de azúcar.

—Claro —no parece convencida, por lo que sonrío—. Aunque los tuyos siempre son los mejores.

Eso la pone contenta.

—No mami, siempre te doy los bonitos —jura, y señala mi plato—. Tiene más chisipitas.

—¿Chisipitas? —sonrío, y ella asiente con la cabeza.

Desayunamos con calma, y hago el esfuerzo por terminarme el plato. No debido al sabor precisamente.

—¿No te gustó? —pregunta Willow, mirándome con tristeza.

—Está rico —aseguro—. Pero te he dicho que no me siento muy bien.

—Vamos con la abuela —propone, y se mete el bocado—, que te cure como a mí.

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