Capítulo 29

1.1K 75 56
                                    

—¿Cómo te sientes? —me pregunta Peeta, mientras deja un beso en mi cabeza.

Lo abrazo, y me acomodo en la cama para poder recargar la cabeza sobre su pecho.

—Inútil.

—Venga, Kat —me acaricia el cabello—. Sabes que tu pie necesita sanar, ¿quieres que hoy me quede contigo?

—De todos modos no puedo moverme —me quejo.

—Pero puedo cocinarte, y puedo ayudarte a acomodar las cosas que trajo Effie.

Suspiro.

—Quiero salir, Peeta —respondo harta—. Detesto quedarme en casa sin poder hacer nada.

—Tómatelo con calma. Apenas te lastimaste ayer, y tu pie necesita tiempo.

Suelto un bufido.

—¿Cómo puedo alegrarte el día? —insiste—. Detesto verte así.

No le respondo.

—¿Qué tal si te preparo unos panecillos de queso? Eso siempre consigue animarte.

Lo miro.

—¿Enserio?

Él me sonríe.

—Por supuesto que sí. Y queda decidido, hoy me quedaré contigo para cuidarte.

Me estiro para dejar un rápido beso en sus labios.

—Gracias, no quiero quedarme a solas con mi madre.

Él me besa la frente, y después se levanta.

—¿Quieres quedarte otro rato en la cama? —me pregunta—. ¿O ya quieres bajar?

—¿Puedes subirme el desayuno?

—Está bien, ahorita vuelvo.

Se marcha. Y mientras espero, veo que mi madre se asoma.

—¿Cómo amaneciste? —me pregunta, sin entrar a la habitación.

—Bien.

—¿Te duele el pie?

Niego con la cabeza.

—Por ahora no.

Ella asiente con la cabeza.

—Al rato vengo a ponerte la pomada.

—Peeta lo hará, no te molestes.

—Cuando acabes de desayunar vendré a revisarte —me avisa, sin hacer caso a lo que he dicho. Y después se va.

Peeta sube en poco tiempo con una bandeja llena de comida. Le insisto que se quede conmigo a desayunar, y él accede.

—¿Ya terminaste? —me pregunta, una vez que me termino el plato.

Le doy un último sorbo a la leche, y asiento con la cabeza.

—Ahorita vengo por ti para ir abajo —me dice, y niego con la cabeza.

—Estoy bien aquí, no quiero ver a mi madre.

Él me mira con seriedad.

—No puedes quedarte en la habitación todo el día —me dice, mientras camina a la puerta.

—Claro que sí.

Y a pesar de mi renuencia a bajar, él me lleva a la planta de abajo para que cambie de paisaje. Al igual que todos los días siguientes.

No puedo hacer nada con el pie malo, así que es lo mínimo que puede alegrarme el día.

Lo único que quiero es ir al bosque, pero en cambio, tengo que quedarme todos los días con mi madre. Peeta sólo va unas cuantas horas en la mañana a la panadería, y a la hora de la comida regresa para quedarse conmigo el resto de la tarde. Lo cual agradezco, porque es lo único que de verdad mejora mi día.

Volver a vivirWhere stories live. Discover now