Capítulo 35

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Abro los ojos. Aún es de noche, y dudo que haya pasado mucho desde la última vez que me desperté.

Se escuchan quejidos de bebé, y un llanto agudo que no sube de intensidad.

Giro sobre el colchón, el otro lado de la cama se encuentro vacío. Igual que la cuna.

Miro al frente, Peeta camina de un lado a otro en la habitación, mientras arrulla a Willow.

Se le nota cansado, bastante. Aún así, se muestra de lo más tranquilo con ella.

—Oye —le susurra, bosteza—. ¿Qué ocurre? Estoy aquí, no iré a ningún lado —la mece despacio—. Está bien... está bien.

Se acerca a la ventana, corre un poco la cortina.

—Mira eso —señala la calle—. Hay copos de nieve cayendo, ¿no es increíble?

El llanto sigue, pero va bajando de intensidad. Y de repente, casi por arte de magia, ella deja de llorar. Mira fascinada lo que hay detrás de la ventana.

—¿Lo ves? —le susurra—. ¿Ya más tranquila?

Me levanto, y me les acerco. Peeta voltea a verme.

—¿No quiere dormirse?

Niega con la cabeza, sonríe.

—Es un poco testaruda —le acaricia la mejilla, ella lo mira—. Me pregunto de quién lo ha sacado.

Consigue sacarme una sonrisa. Extiendo los brazos.

—Si quieres dámela, duerme un poco.

Me mira.

—¿Segura?

Asiento con la cabeza.

—Quizá tenga hambre.

—De acuerdo —otro bostezo, me la entrega con cuidado—. Si necesitas que te cambie, me despiertas. ¿De acuerdo?

—Si, sólo duerme.

Me besa la mejilla, y se mete a la cama. No pasan ni diez minutos cuando lo escucho respirar con calma, acompañado de una suave exhalación que escapa de sus labios.

Me siento en el borde de la cama, y me subo la blusa. Intento darle de comer, pero ella no tiene hambre.

Suspiro, y me levanto.

Me paseo por la habitación mientras arrullo a Willow, intentando hacer que se duerma.

Bajo la mirada, y con ayuda de la luz de la luna veo que ella me mira con sus ojos azules.

—¿No tienes sueño? —susurro bostezando.

Ella se queda quieta entre mis brazos, y su boquita también forma un pequeño bostezo. Pero no me hago ilusiones, porque algo me dice que no va a dormirse pronto.

—¿Quieres tenerme aquí contigo toda la noche? —alzo una ceja, ella sólo me mira—. Yo creo que sí.

La acomodo sobre mi pecho, y le acaricio la espaldita con suavidad, mientras su cabecita descansa sobre mi hombro.

Su calmada respiración choca contra mi cuello, y a pesar del cansancio que tengo, me resulta de lo más relajante.

Ser paciente jamás ha sido mi fuerte. Pero me he visto obligada a serlo por ella.

Hay noches como esta, donde ella se niega a quedarse dormida, y sólo me queda guardar la calma e ingeniármelas para que le dé sueño.

Lo que sí, es que duermo tan poco, que ni siquiera tengo tiempo para las pesadillas. Sólo caigo profundamente dormida. Y estoy segura de que a Peeta le pasa igual.

Volver a vivirWhere stories live. Discover now