Capítulo 28

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Quisiera decir que, desde aquella noche en la que le prometí a Peeta que estaría tranquila con mi madre, todo ha mejorado entre nosotras. Pero todo sigue igual.

Intento ignorar su presencia lo más que puedo, y ella no hace el intento por hablarme. Supongo que intenta respetar mi espacio o algo así, y realmente lo agradezco. Lo menos que necesito es otro altercado con ella.

Y cada que nos sentamos a comer o a cenar, Peeta siempre intenta aminorar la tensión en el ambiente. Nunca desaprovecha la oportunidad para hacernos participar a ambas en la conversación. Pero como pienso establecer el mínimo contacto posible con mi madre, siempre me quedo callada, mientras ella y Peeta platican.

Todavía no sé cuanto tiempo ella esté planeando quedarse en el 12, pero no parece que vaya a irse pronto.

Todos los días, ella se queda en casa y a penas sale. Y cuando lo hace, sólo es para ir a comprar cosas para la comida.

Algo me dice que ella no sale mucho para evitar los malos recuerdos que le trae el 12. Y como ella se queda casi todo el día en casa, aprovecha para limpiar a pesar de que le he dicho que no es necesario. Supongo que es su manera de mantenerse entretenida.

Por mi parte, me mantengo ocupada yendo al bosque casi toda la mañana. Ya no voy a la panadería con Peeta, porque quiero evitar que las personas comiencen a sospechar de mi embarazo. Así que sólo voy al bosque, y a veces al quemador.

Me acomodo en la cama, queriendo dormir más. Pero me obligo a abrir los ojos, porque se me va a hacer tarde. Y al hacerlo, veo que Peeta ya está cambiándose para ir a la panadería.

Me lo quedo viendo, y al parecer él se percata de ello. Porque voltea en mi dirección y me sonríe.

—¿Ya estás despierta? —me pregunta, y se acerca a la cama mientras se pone la playera—. Sabes que no es necesario que te despiertes temprano.

—Pero me gusta hacerlo. Sabes que no estoy acostumbrada a quedarme en la cama hasta tarde.

Se inclina, y deja un corto beso en mis labios.

—De acuerdo.

Me levanto, y me acerco a la cómoda para cambiarme de ropa.

Cuando terminamos de arreglarnos, bajamos a la cocina. Y él prepara el desayuno mientras arreglo la mesa.

Mi madre siempre baja después que nosotros, supongo que para darnos privacidad. En realidad no lo sé, pero es un alivio no tener que encontrarme con ella también en las mañanas.

Le doy un mordisco al pan con mermelada, y me lleno el vaso de leche.

—Me alegra que los malestares matutinos se hayan ido —me dice, mientras le da un bocado a su comida—. Y que ahora te sientas mejor.

Le sonrío.

—Lo sé, los primeros meses sí que fueron difíciles.

Aproximadamente media hora después, terminamos de desayunar. Por lo que nos lavamos los dientes, y caminamos hacia el vestíbulo.

—¿Hoy sí te animas a ir un rato a la panadería? —me pregunta.

Niego con la cabeza.

—No quiero arriesgarme. Mejor iré un rato al bosque.

—Con cuidado —me advierte.

—Sabes que sí.

Me besa, y después salimos de casa.

Como voy al bosque, no me encuentro con casi nadie y por lo tanto no tengo que ocultar tanto mi vientre. Pero de todas formas, me he puesto un suéter holgado, como de costumbre.

Volver a vivirWhere stories live. Discover now