Capítulo 30

1.2K 74 43
                                    

Me paro en el umbral de la puerta, y me tapo la boca para no reír al ver a Haymitch y Peeta intentando armar la cuna.

—Chico, estás haciendo todo mal —le reclama Haymitch, mientras se acomoda en el suelo. Se le acerca, y le arrebata una pieza de madera de la mano—. Está claro que eso va aquí.

—Por supuesto que no —se defiende Peeta—. Esto dice que esa cosa va aquí. ¿Cuántas veces debo decirte que tienes que ver los dibujos que hay en el instructivo?

Él suelta un bufido, y hace un gesto con la mano para quitarle importancia.

—Tonterías, ni siquiera se pueden distinguir las imágenes que están en esa cosa.

—Haymitch —lo regaña Effie, mientras se sienta en la cama—. Tienes que seguir el instructivo. No quiero que dañes la cuna, hazle caso a Peeta.

Haymitch vuelve a bufar, y mira el instructivo a regañadientes.

Sin duda Effie es la única que puede hacerlo entrar en razón, sin importar lo terco que él pueda ser.

Ella voltea a verme.

—¿Segura que no quieres que la cuna esté en la otra habitación? —me pregunta por tercera ocasión en el día—, se vería preciosa ahí.

—Tal vez, pero el bebé va a estar muy solo ahí. Y dudo mucho que eso sea bueno.

—Es cierto —admite.

Me quedo mirando a Peeta y a Haymitch por un buen rato. Pero después, Effie y yo decidimos bajar a comer algo.

Una hora después, ellos finalmente bajan y se unen a nosotras.

—Sólo espero que los demás hijos que tengan usen esa misma cuna —suspira Haymitch, mientras bebe agua—. En la vida vuelvo a ayudarte a armar una de esas cosas muchacho.

Peeta se ríe, y lo miro.

—¿Tan malo ha sido? —me burlo.

—No, pero opino lo mismo que Haymitch.

Effie frunce el ceño, mientras pasea la mirada por la cocina.

—¿Y tu madre, Katniss?

Le doy un mordisco a la galleta glaseada, y me encojo de hombros.

—Dijo que iba a ir a la ciudad por algunas cosas que hacían falta, pero no ha regresado.

Ellos se quedan un buen rato con nosotros. Y cuando se marchan, recojo los platos y los llevo al fregadero.

Mi pie ya ha sanado casi por completo, por lo que busco cualquier pretexto para pararme y caminar. Estoy tan feliz de poder hacer cosas por mi cuenta, que hacer hasta lo más insignificante me pone contenta.

—¿Quieres que vayamos al bosque? —me pregunta Peeta, desde la mesa—. Aún no te has animado a ir.

—Todavía no —enjabono el plato que tengo en las manos—. No quiero arriesgarme a que se me doble el pie de nuevo. Todavía no siento que esté lo suficientemente fortalecido.

—Pero iré contigo, y podemos ir a dar un paseo. Estaría bien que salgas un poco de casa.

Me encogo de hombros.

—Puede ser.

Sigo enjuagando, pero me detengo en seco al sentir algo extraño dentro de mi vientre.

Me quedo paralizada, y el corazón me late de prisa, mientras un terror tan antiguo, tan viejo que no recuerdo la última vez que lo experimenté, se apodera de cada parte de mi ser.

Volver a vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora