I. Contéstame

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Candice.
15 años.

—¡Suéltenme! — gritaba mientras forcejeaba en los brazos de aquellos tipos que me habían secuestrado del centro comercial y me llevaron a un enorme edificio abandonado, al cual, en ese instante, estaban queriendo adentrarme.

Uno de los hombres soltó un gruñido cuando logré darle un codazo en la nariz, desestabilizándolo y logrando que me soltara. Pero para mi desgracia habían dos hombres más detrás nuestro, por lo que no pude ni mover un dedo que ya volvía a tener más brazos alrededor de mi, restringiendo cualquier tipo de movimiento por parte de mi cuerpo.

Una fuerte bofetada logró hacer que dejara de moverme, girando mi rostro con brusquedad y dejándome aturdida por unos segundos. El dolor se extendió por toda mi mejilla, logrando que mis ojos comenzaran a lagrimear y que la sangre comenzara a brotar de mi labio inferior.

Aún aturdida y sabiendo que ya nada podía hacer para salvarme, me dejé llevar por aquellos hombres que parecían no saber hablar. Me llevaron dentro del bien cuidado edificio, adentrándome por blancas paredes, llevándome a rastras por interminables pasillos hasta que llegamos a un ascensor, en el cual no tardaron en adentrarnos para luego presionar el botón de la planta más baja.

El ascensor comenzó a bajar y los hombres me rodearon, uno apuntando un arma en mi cabeza, otro detrás de mi reteniendo mis brazos detrás de mi espalda y el otro solo quedándose parada a un lado mío. Ninguno hablaba y todos mantenían la seriedad en sus expresiones. Yo, por el contrario, era un manojo de sentimientos y no pude evitar que las lágrimas se agruparan en mis ojos y que mi cuerpo temblara de miedo.

Cuando las puertas del ascensor por fin volvieron a abrirse, dentro de mi visión apareció un corto pasillo, del cual tres más de ellos desembocaban pareciendo interminables. Sin reparos, comenzaron a llevarme a rastras a través de él del medio, doblando algunas veces en otros pasillos hasta que, luego de lo que pareció una eternindad, llegamos hasta una puerta de color azul oscuro, siendo la primera puerta que veía desde que salimos del ascensor.

Rápidamente, el hombre que me apuntaba con un arma la guardó detrás de su espalda para luego sacar una llave del interior de sus pantalones. Quitó el seguro de la puerta y, de un brusco empuje, me adentraron en la oscura habitación, presionando el interruptor de la luz, dejándome ver lo que dentro había.

Eran cuatro paredes blancas y en dos de ellas, dos cadenas colgaban. No había ventanas, ni camas, solo un brillante piso de baldosas blancas.

No era pequeña pero tampoco era enorme.

Sin dejarme si quiera seguir reparando en mi entorno, el hombre que me tenia sujeta de los brazos, me tiro bruscamente al suelo, sacándome un gemido lastimero cuando mis manos tocaron con dureza el suelo, evitando que mi cuerpo chocara contra el, pero llevándose todo mi peso y logrando que mis muñecas dolieran.

Una mano tiro bruscamente de mi tobillo y pronto sentí el metal de una de las cadenas alrededor de mi piel. Aterrada, tire de mi pierna, logrando liberarla de aquellas ásperas manos, pero no de las cadenas que, si bien me dejaban libertad de caminar por la habitación, no tendría la suerte de hacer lo mismo para dejarla.

Un gimoteo salió de mis labios al entender que este era mi fin, no podría salir de allí. Me habían amarrado a una de las paredes con una cadena y luego se retiraron sin dedicarme ni una palabra, dejándome allí tirada y amarrada. No apagaron la luz para mi suerte, pero aún así no iluminaba demasiado, era muy tenue a comparación de las luces del pasillo.

Cómo una niña presioné mi espalda a la pared de la que mi cadena sobresalía, llevé mis piernas a mi pecho y enterré mi rostro entre ellas, comenzando a sollozar, dejándome romperme por primera vez desde que me habían capturado hacia unas horas, pensando que estaba sola al fin.

Su paraíso en el infierno ✔️Where stories live. Discover now