VIII. Desvístete

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Candice.
18 años.

-No puedes odiarme - gemoteo, mirándole con súplica desde abajo y no recibiendo nada más que su fría mirada, la cual logra sacarme más lágrimas -. Nik, por favor - sollozo como una niña, sintiendo como mi corazón comienza a romperse a medida que sus ojos analizan mi rostro sin ningún rastro de sentimiento.

En un acto desesperado por hacerle sentir lo que sea menos odio, llevo mis manos a su cuello y lo tomo con fuerza, obligándole a bajar más sobre mi y acercar sus labios a los míos, uniéndonos en un húmedo e inocente beso donde nuestros labios no se mueven y solo se sienten.

Con ese simple contacto los latidos de mi corazón aumentan desenfrenadamente y los vellos de mi nuca y brazos se erizan, logrando sacarme un gemido de satisfacción el cual es interrumpido cuando sus labios rompen el beso con brusquedad, dejándome desconcertada al verle separarse de mi cuerpo y salir de la cama, dejándome sola y medio desnuda.

-Niklaus - le llamó con voz temblorosa, pero él se gira y me da la espalda, regalándome una frialdad que me destruye.

A pasos agigantados y sonoros, comienza a caminar hacia la puerta de salida, gruñiendo palabras al aire y dando pisotadas a medida que se aleja.

Ni siquiera me ha dedicado una mirada cuando separó nuestras bocas, solo se ha aleajdo de mi como si fuera una enfermedad que él debe evitar, lo cual no hace más que herirme profundamente por su rechazo.

Nikluas ya no me ama y yo daría mi vida por él.

No queriendo ver cómo sigue alejándose de mi, me enderezo en la cama y llevo mis piernas a mi pecho, rodeándolas con mis brazos y enterrando mi rostro entre ellas para comenzar a sollozar, importándome poco la desastrosa apariencia que seguro cargo y sabiendo que nada importa si él me odia.

-Te amo, Nikluas - no puedo evitar soltar entre medio del llanto, suponiendo que ya se ha marchado al no escuchar más sus firmes pisadas. Sin embargo, un fuerte portazo logra hacerme saltar en mi lugar, aterrada.

Rápidamente, levanto mi rostro de entre mis rodillas y llevo mi mirada hacia el lugar en donde he escuchado el estruendo, encontrándome con un Nikluas inclinado hacia adelante y posando sus manos sobre las puertas de la habitación, pareciendo agitado y a punto de explotar.

Asustada por su extraña actitud, me hago aun más pequeña en mi lugar y lo miro con cautela, sorbiendo mi nariz y tratando de dejar de llorar.

Nunca lo he visto de ese modo, tan enojado y a punto de perder los estribos. En aquellos meses en los que estuvimos juntos, su actitud era muy calma y su trato conmigo era tan amoroso y hermoso que no tardé en caer por él aún en el lugar y las condiciones en las que no encontrábamos.

En los tres meses que estuvimos juntos, todo él fue lo único que me mantuvo cuerda y que le dió aquella luz a mi vida que mis captores me habían robado. Nikluas llegó a conocerme como a nadie nunca le di el derecho de conocerme y yo creí conocerlo a él. Sin embargo, verlo ahora de este modo, me embarga de nervios y un poco de miedo al no saber que esperar de él.

-No puedo hacerlo - gruñe golpeando duramente con sus palmas la madera debajo de ellas y mirando hacia el suelo, comenzando a enderezarse en su lugar con una lentitud alarmante, para luego quedar por unos segundo mirando hacia las puertas dobles.

Por breves y tensos segundos, le observo en silencio, hasta que por fin quita sus manos de las puertas y, en cambio, las deja caer con pesadez a cada lado de su cuerpo, formando puños apretados con sus manos.

Lentamente, se gira en mi dirección y, para mi sorpresa, lágrimas silenciosas caen por sus mejillas y sus tormentosos ojos parecen destrozados mientras me analizan desde su lugar, pareciendo culpable y... roto.

Su paraíso en el infierno ✔️Where stories live. Discover now