XIV. Piénsalo

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Candice.
18 años.

Me paseo de un lado al otro por la enorme y lujosa sala de estar de la mansión de Niklaus mientras él y mis padres se mantienen encerrados en su despacho, hablando de no sé qué y obligándome a comerme las uñas por los nervios.

Los tres me echaron en el momento en el que los hombres de ambos bandos dejaron de apuntarse unos a otros, poniéndome extremadamente nerviosa por el solo hecho de dejarlos solos cuando lo solicitaron.

-Candice, debes calmarte y tomar asiento. Me estás poniendo nervioso - susurra con molestia el hijo de la mano derecha de mi madre, Travis, quien me observa desde uno de los sillones con irritación.

Un bufido sale de mis labios y mi respuesta solo es mi dedo medio alzado dn su dirección, haciendo reír a algunos en la sala y logrando sacarle una pequeña sonrisa al destinatario de mi insulto.

-¿Qué pasa si se asesinan entre ellos, Trav? - pregunto con desesperación, posicionándome frente a él y mirándolo con preocupación -. No podríamos llegar a tiempo y... - empiezo a balbucear incoherencias que son interrumpidas cuando Travis tira de mi mano de manera inesperada y me obliga a sentarme a su lado.

Uno de sus brazos rodea mis hombros, llevándome a su pecho y otorgándome un suave abrazo que logra desinflarme y relajarme brevemente mientras presiono mi mejilla en su pecho y comienzo a contar hasta diez para tranquilizar a mi acelerado corazón.

Luego de unos segundos de silencio y calma, por fin logro calamarme y me separo del abrazo para regalarle una mirada agradecida a Travis, quien me la devuelve con suavidad.

Él es unos cuantos años mayor que Niklaus y ha sido mi mayor confidente y amigo desde que he cumplido los dieciséis años, al igual que Sam, quien también es su novia. Y estoy agradecida de que en este momento esté aquí, porque, de lo contrario, ya estaría tirando de mis pelos e insultando a diestra y siniestra al aire.

Tengo una forma muy agresiva de lidiar con la ansiedad y el nerviosismo, lo sé.

-Gracias, Trav - susurro en su dirección, dándole un apretón a la mano que está sobre mi hombro y regalándole una pequeña sonrisa la cual él contesta brevemente.

Luego de unos segundos, suelto un suspiro y vuelvo a levantarme, esta vez no para caminar de un lado al otro, sino para dirigirme al hombre de ojos claros y cabellera negra que está asesinando a mi amigo con la mirada mientras sostiene firmemente su arma.

Tratando de ignorar aquello, logro llamar su atención cuando estoy frente a él y le dedico una sonrisa incómoda la cual él analiza con seriedad, antes de hablar.

-¿Necesita algo, señorita Hamilton? - pregunta con educación, sin demostrar ningún sentimiento en su mirada más que el respeto.

-¿Crees que pueda ir al baño? - respondo a su pregunta con otra, un poco avergonzada y con las mejillas rojas al observar la intensidad en su mirada.

Sus cejas no tardan en hundirse y una mueca extrañada se posa en su rostro brevemente, antes de asentir con lentitud y volver a aquel semblante lleno de indiferencia comienza a incomodarme.

-Puede hacer lo que desee, señorita Hamilton. Klaus dejó en claro que esta es su casa también - Sarahí ufffa con seriedad, logrando sorprenderme con sus palabras.

¿Mi casa también?

-E-está bien, gracias - tartamudeo, antes de bajar mi mirada al suelo y sentir cómo mis mejillas comienzan a arder con más fuerza por las siguientes palabras que suelto -. ¿Podría... podría acompañarme a algún baño? No conozco la casa y es enorme. Me temo que me perderé, señor - pido con vergüenza, jugueteando con mis manos entrelazadas en mi regazo.

Su paraíso en el infierno ✔️Where stories live. Discover now