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Jiho miró el interior de su taza de té. Hoseok la había llevado hasta su casa y la había envuelto en una manta, quedándose a su lado en silencio. La sala era pequeña y acogedora, y encima de una mesa había una foto de Hoseok en su graduación de secundaria siendo abrazado por su madre. Ambos lucían felices y unidos, transmitiendo calidez incluso a través de la imagen.

―Te pareces a ella ―susurró Jiho, sin dejar de mirar la fotografía―. Es linda
―Seguramente le gustará escuchar eso ―sonrió suavemente, aliviado de verla dar un sorbo a su té―. Podrías conocerla, si te quedas a cenar

Jiho volteó a verlo, con una expresión en blanco. Hoseok parecía estar esforzándose por actuar natural y eso provocó que su mirada se humedeciera. Le gustaba la sonrisa de Hoseok; esa era la razón principal por la que no había podido apartar la mirada de él, en primer lugar. Por eso no le gustaba verlo así; con esa sonrisa temblorosa y forzosa, y esos ojos que parecían querer llorar con ella. Dejó la taza sobre la mesa y extendió su mano hacia él, tocando su mejilla con delicadeza. Hoseok miró sus ojos, acercándose a ella poco a poco, hasta que sus narices rozaron. Jiho cerró los ojos y deslizó su dedo hasta sus labios, sin permitirle llegar más lejos.

―No sonrías ―murmuró con voz ahogada―. No así, Hoseok

El chico se apartó, buscando su rostro. Su sonrisa se había transformado en una triste mueca y no supo qué decir. Tenía miedo de equivocarse, de meterse donde no debía, de forzar una conversación que Jiho no quería tener o imponer sus creencias. Desde el inicio, había sabido que algo en ella estaba mal. Que esos bonitos ojos y esa sonrisa amable escondían mucho. Pero no esperaba ser él quien la viera desmoronarse. No esperaba ser él quien se sintiera agraviado por su intento de saltar. Por supuesto, como ser humano, era shockeante encontrar tal escena. Pero, como alguien que la conocía y gustaba de ella, era incluso peor. Y ya que Hoseok no podía permitirse llorar, solo podía forzarse a sonreír.

Mas nunca había sido bueno en ello.

―No soy buena para ti ―fueron las primeras palabras que Jiho pronunció con claridad desde que se habían encontrado―. No soy buena para nadie.

―¿Cómo...? ―Hoseok se atrevió a hablar, enfrentando la situación―. ¿Cómo decirle a mi corazón que esto es erróneo? ―preguntó con aflicción―. Yo no... no te pido que me correspondas, Jiho. No quiero que mantengas una relación conmigo, justo ahora ―admitió, a pesar de que dolía―. No te haré esto. No me haré esto ―aclaró su garganta, esperando que su voz no se quebrara―. Te quiero, pero no te detuve por mí, lo hice por ti.

―¿Sabes lo que quiero?

―Sé lo que todos, Jiho ―sonrió con amargura―. Que no hay día, en esta vida, que no estemos desesperados por sobrevivir.

Jiho cubrió sus ojos y rio, hasta que su risa se convirtió en un sollozo. Ciertamente, nadie ahí venía al mundo con deseos de perder la vida. Crecían y luchaban, pero había veces en que eso no parecía suficiente. Ella también había intentado crecer bien, a pesar de las circunstancias, pero no lo había conseguido. Cada vez que luchó con más fuerza, las esposas que la retenían se apretaron con más fuerza. Y al final, tanto como quería una buena vida, también quería cerrar los ojos y no despertar jamás.

Jiho se apoyó contra el hombro de su amigo, permitiendo que este la apoyara una vez más. En el fondo de su corazón, agradecía que ese chico la salvara de sí misma. Una parte de Jiho, fervientemente, quería vivir. Quería terminar la universidad, ver a Jungkook ser feliz y ser feliz también. Quería escribir un libro o quizás una saga. Quería decirles a las personas que se sentían como ella que no estaban solas. Quería amar y ser amada. Quería sentir, más allá del miedo, la rabia y la tristeza; quería reír hasta que su estómago doliera y las lágrimas se amontonaran en sus ojos de felicidad. Quería hacer amigos. Quería tener una familia. Quería dejar de sentirse como la niña mala que un día su padre denominó. Quería estabilidad.

Hoy somos azul [TaeKook]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora