Capítulo 1

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— Nooooo, no, no, no — Me levanto del sillón y tiro el maldito mando al sillón. — Me vengaré de ti Blenkmet — Lo grito a través del micro.

— OOOOHHHH — La voz de una mujer me contesta — No te enfades, RagnarGod, siempre me matas tú. Por una vez que gano. Jajaja — Se ríe la muy... Seguro que me saca la lengua como burla, pero hoy no puedo verla. Solo tengo conectado el audio.

Miro mi reloj, Wow, al final se me ha echado el tiempo encima.

— Me piro petarda, tengo comida familiar.

— Que envidia. Y yo aquí solita. See you, RagnarGod.

Desconecto. Blenkmet es una chica de veintitantos años que conocí al menos hace diez años. La conocí en un juego llamado World of Warcraft. Poco a poco nos convertimos en compañeros de aventuras y ahora quedamos alguna vez para echar una partida al Call of Duty on line o el Fortnite. Aunque seguimos jugando al WoW. Nunca nos hemos visto en persona, ella vive en Londres y las veces que he estado por allí no hemos coincidido para vernos. Hoy he podido solo echar una partida rápida pues viene toda mi familia a casa a comer. Y tengo que preparar cositas. Entre ellas, la comida, claro.

Bueno antes de entrar en materia voy a presentarme. Soy Javier González de Martín, tengo 38 años y vivo en una casita en la sierra de Madrid. Mi casa es espectacular. Imagínate, una casa de piedra, sin ninguna otra alrededor, vigas vistas de madera oscura, un porche enorme con una mesa y sillas donde en verano me gusta sentarme a tomar el café, desayunar, leer o hacer manualidades. Me chiflan las manualidades.

Soy lo que la gente conoce como un rarito. No soy sociable, bueno, tengo una familia muuuy grande, a la que adoro y con la que me encanta compartir mi tiempo. Pero fuera de mi familia, me relaciono con la menos cantidad de gente posible. La gente es estresante, siempre se meten en tu vida, te juzgan y muchas más cosas. Pero esto no quiere decir que no me relacione con nadie, nadie.

Cuando era adolescente no me costaba hacer amigos. Pero cuando las hormonas se revolucionan y hacen acto de aparición los amigos desaparecen para convertir nuestras vidas en una carrera de obstáculos constante, cuyo objetivo principal es lograr llevarse a la tía más buena del instituto. Esa era Grace, bueno se llamaba Graciela, pero le gustaba que la llamasen Grace. Quedaba más guay. Todos los chichos querían tenerla para ellos en el baño de cualquier local o entre sus sábanas gimiendo. Es así, el porno era lo que tenía. Te hacía ser un salido asqueroso. Yo al ver la gran competencia, entre ellos mi hermano Carlos, decidí salir de la competición. Me centré en estudiar y quedar en el garaje de mis padres con mis amigos. Jugar a videojuegos, mirar revistas guarras y pajearnos. Lo típico.

Pero, el destino que es un poco cabroncete, a veces, hizo que Grace viniese a mi casa. Nos pusieron juntos en un trabajo de Historia y la invité a casa a hacerlo. Tras una ardua tarde de estudio, Grace decidió que quería más. Se quitó la camiseta y se quedó frente a mí en sujetador. ¿¿¿Qué??? No me lo podía creer, pero mi parte más sensible de ahí abajo respondió mucho, la chica lo vio y nos enrollamos. Grace salió encantada y yo, imagínate, la chica más guapa del insti en mi cuarto, casi en pelotas, comiéndome la boca y tocando todo lo que alcanzó. No pasamos a más, ese día. Pero ese día trajo otro en los baños del centro comercial donde casualmente nos encontramos. Otro en el cine donde fuimos en una cita y así durante un par de meses. Comenzamos a salir, Grace quería más y yo se lo di todo.

Estuvimos juntos un año, uno en el que mi hermano comenzó a salir con otra chica tras dejar de hablarme por robarle al amor de su vida. Después la cosa se torció, yo me sentía agobiado, me sentía atado y descubrí que Grace no era la mujer de mi vida. La dejé y se enfadó. Oh!! Los enfados de las chicas adolescentes. ¿Quién no los recuerda? Yo, sí. Sobre todo, porque se dedicó a ponerme verde y decir que la tenía pequeña, era impotente y virgen. ¡Mentira cochina! ¿Virgen? ¿Yo? Sus burlas trajeron las de las demás chicas, que ya no querían salir conmigo, ni una cita, ni nada. Hicieron de mí, un adolescente inseguro. Me encerré en mí mismo y en mi familia. Y deje de salir. Las fiestas me hacían hasta vomitar, no quería beber por si perdía el control y hacía aún más el ridículo. Pero sobre todo me volvieron un antisocial. Mi hermano Carlos me ayudó en lo que pudo, pero él tenía lo suyo.

Enséñame a volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora