Dueño y esclavo.

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Tus ojos mis cadenas, tu brazo mi sostén.
He venido de tiempos más oscuros a pedir tu consuelo.
He rodado por inmensos valles, sin templanza,
con un burdo corazón lleno de fe.

Por tu mejilla jamás ha rodado una lágrima sincera,
y me temo que aunque no quiera, quisiera verte caer.
Soy dueño, de las ganas que te faltan,
de las ganas que te sobran, y de aquellas que me arrebatas.

Tengo en mi ropero, un baúl lleno de tus recuerdos,
fragmentos de poemas, escritos sin versos.
La llave he perdido, la dejé tatuada en otra piel.

Soy dueño del sol, aquel que cada mañana
me levanta, como impulsándome a seguir con este martirio,
del que no encuentro salida más que mi propia muerte.
O la tuya.

Soy dueño de los detalles que siempre te di,
que rara vez merecías, y que jamás compartiste.
Soy dueño de una felicidad efímera pero inmensa.
Intrascendente para ojos ajenos.

Tus caderas, que tantas veces he suplicado volver a sentir,
no se mueven a mi cadencia, ni tienen el ritmo adecuado a mi vivir.
Son como barreras que no me dejan ver el frente.
La realidad puede ser tan fría y dura.

Soy dueño de las sobras que me dejaste,
de los sueños que soñamos juntos, de los planes que arruinaste.
Soy dueño, pero más que dueño soy esclavo, del corazón que destrozaste,
cuando decidiste apuñalarme y dejarme vivir.

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