Sentémonos a hablar de ella.

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Subestimé, ese fue mi primer error, el daño que ella podía llegarme a hacer. ¿Quién podía culparme? Su mirada inocente es su arma más letal. Caí como mosca sobre la miel, y quede impregnado de su dulzura. Poco a poco me fue consumiendo, y yo lo presentía. No estaba en lucha, yo jamás podía haberla vencido. Era una cucaracha esperando ser aplastada. Y me iba a sentir bendecido por eso. Por ser mierda en su zapatos caros. Por ser un barro, una espinilla, la imperfección que faltaba en su vida.

Un día me senté a hablar de ella con ella misma. Todo lo negó. A todo dijo que no. Burdamente decidí no hacerle caso. Creí que hacer una apología de ella no le agradaba, y no estaba más lejos de la verdad. Ella no servía para nada. Solo para herirme. Ensangrentado y con la cara llena de cicatrices le cedí la mitad de mi alimento. Ella lo devoró todo, dejándome hambriento. Y ni siquiera en medio de mi inanición la pude juzgar. Estaba cegado de amor, perdido, así no más.

Sus labios un dulce manjar que profesaba las más tiernas palabras. ¿Quién podía culparme? Sí, no lo niego, de ella estaba por completo perdido. No puedo decir que era amor lo que me hizo sentir. Pero sí algo muy parecido. Su aroma me atraía. Su piel era mi ilusión. La tierra prometida que jamás llegué a sentir. Las puertas se me cerraron sin siquiera preguntar. Tenía miedo de preguntar. Yo que siempre busqué la verdad. Vaya ironía. Ella me podía. Me destrozaba cada momento a su lado, efímero como un parpadeo. Intrascendental como el aleteo de una mosca. Destructivo como un volcán en plena erupción.

Ella era la razón de mi vulnerabilidad. No tenía nada en especial y lo tenía todo. Sus ojos eran opacos y sin brillo, yo era quien ponía en mi cabeza las luces angelicales a su alrededor. Yo la convertí en la más bella Venus, en la más inalcanzable piedra filosofal. Beber de su saliva, sentir sus pestañas aletear sobre mi espalda, regocijarme sobre sus piernas. Nada de eso podía pensar. Yo la quería, yo estaba obsesionado con la idea de que ella me debía amar. Y no me rendí jamás.

Y ese fue mi estúpido error. Sus perlas no me pertenecían, yo, era un pobre pirata de agua dulce. Ella, el océano indomable. La tempestad absoluta, la tormenta perfecta. Un día sin verla era un martirio. Pero saberla perdida fue uno peor. Admití mi derrota muy tarde, ya estaba enfrascado en líos de faldas cuando traté de zafarme... ¿Quién podía culparme? Soy un ser problemático. Perdí mi dignidad a su lado, y quizás la volvería a perder un par de veces más. Personas como ella NO valen la pena, pero hacen parecer que sí. Estoy confundido. ¿Ella me dejó o finalmente yo abandoné la inocua empresa de buscar un resquicio de su amor?

El tiempo no cura nada. La mente lo cura todo. La satisfacción de haber salido de aquel nido es solo opacada por la denigrante historia que ahora cuento. Que no me atrevo a contar a detalle. A la que profeso tantos poemas, y dedico tantos pensamientos. Ella no se los merece. Y espero nunca lea nada de esto.

¿Quieres hablar de ella? He escrito ya un libro sobre nuestra historia y otro simplemente narrando cómo era. No me hables de amores platónicos, ella me quiso, y con eso el encanto se rompió. Aún espero por las noches poder dormir sin pensar en mis estupideces cuando ella en mi vida existía. Es algo que jamás me deja de atormentar. No quiero que vuelva, pero la extraño. No la quiero, pero la adoré. Estoy bien, pero por dentro muero. La vida se trata de seguir, sin importar cuánto te duelan los pies.

Ven, un momento solamente. Permíteme por esta noche ser débil.

Sentémonos a hablar de ella. La que nunca fue.

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Poemas.Where stories live. Discover now