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Kyle Thompson

Mayo, 26


Meto las manos en mis bolsillos cuando las puertas se abren automáticamente, y pese a que aún estoy molesto camino hacia el lugar esquivando a la gente que va de aquí para allá. Me siento como la atracción principal de un circo desde que supe que se marchó a Australia y desde entonces empezó a esquivarme totalmente y jugar con mi noción diciendo que venía y luego no.

No soporto eso; que no termine de una maldita vez de evitar el charco en lugar de lanzarse y ensuciarse.

Y por un momento pensé que no podía con eso, por un instante creí que la situación me rebasaba... Y es que no pienso lidiar con la empetía de ella por quién ha sido él principal causante de dejarme sin el hombre que había dado todo por mí.

No lo trago, no lo paso y me importa un demonio que haya sido algo suyo, que tenga una hija con él. Que su humanidad no le permita dejarlo solo mientras termina finalmente de morirse, pero tampoco pienso dejarla. Me gusta, desde que la ví hace años me gustó, estoy agusto y pese a que la ira por lo que hizo me tenga al borde de la histeria, no la voy a dejar.

Me habló dos días antes de afirmar que esta vez sí regresaría, y aunque mi orgullo y molestia me pedían mandarla al demonio de la misma forma que lo hizo ella conmigo en las últimas semanas, me obligué a respirar, asentir y asegurar que hablaríamos al tenernos de frente.

Y sigo enojado, desde que se fue estoy inquieto, ansioso. Durante el tiempo que estuvo lejos quería recalcarle que estaba haciendo todo mal, cuánto es que me estaba jodiendo la situación, lo poco que me gustaba y lo mucho que me hostigaba su estúpidez. Sin embargo y pese a todo, verla después de casi un mes me hace bajar la guardia y el ceño fruncido casi por inercia es reemplazo por una sonrisa que traiciona la molestia que llevo dentro.

Cruza el umbral de la sala de abordaje distraída, viene de la mano de su hija quién le habla en tanto ella la mira poniéndole atención. Trae una mochila infantil colgando de su hombro por un solo lado, un bolso más grande que junto a la chaqueta rosada de niña aguarda a la altura del lado interior de su codo.

Atrás de ellas se apróxima un empleado del aeropuerto con el carrito que traslada todo el equipaje pesado de las rubias. Me acerco más queriendo llamar su atención y lo consigo mencionando su nombre en voz alta cuando acorto distancia.

Sus ojos buscan los míos de inmediato en medio del vaivén de personas y al encontrarme sus labios se extienden castamente en un sonrisa calidad pero casi forzada. La pequeña niña que trae de su mano también me encuentra y es inevitable percibir su molestia inmediata.

De hecho hace amago de detenerse pese a que su madre la tiene de la mano, y no completa su objetivo porque es justamente ella quién se lo impide. Le habla directamente con imposición dejando de mirarme para mostrarse firme y es más que obvio que le exige comportamiento ante mi persona.

La niña ante la firmeza de su madre continúa andando cuando ambas vuelven a mirar al frente, sin embargo y aunque poco la conozco, resulta obvio que también es alguien de pensamientos y aspiraciones firmes, por lo que continuar su camino en mi dirección no le impide mirarme mal y fijamente.

«Tiene carácter».

—Señor juez.—saluda la modelo llegando a mi frente. Acompaña el saludo con una débil sonrisa y un asentimiento.

Ladeó los labios en una media sonrisa también, y correspondo su gesto con un casto asentiemiento al igual que ella.

—Futura esposa del juez.—retribuyo el saludo en un susurro pícaro que me permite incluso oír el sonido de su risa una vez más.

Mil razones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora