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Ámbar.

Todo iba bien.

He seguido instrucciones y acatado estrictamente todo lo que me han pedido los doctores, no sé qué demonios pasó, pero el temor me pone a temblar pese a que no suelto ni una lágrima. Sigo sin sentir dolor, pero la sangre sigue pegandose a mis muslo.

Y en el trayecto de la habitación al auto, me siento disociar, creyendo por un instante que soy yo quien se niega a percebir el dolor... Pero no; realmente no hay ninguno, y todo lo que me asusta «además que el sólo hecho de estar quizá frente a una amenaza de aborto», es la preocupación que en medio de la disociación puedo percibir de todos los demás.

Hansel ni siquiera me deja avanzar dos pasos, simplemente me toma en brazos y casi corre buscando camino, puedo ver a Mía seguirnos con la carita llena de miedo, y a la empleada que vino corriendo ante el llamado desesperado de Hansel, sostenerle la mano, pero sin perder la misma expresión de perdida que todos.

Y es entonces cuando siento dolor... No uno físico, aunque casi siento que me traspasa el corazón.

En el camino otras empleadas me miran igual, y afuera ni los escoltas pueden evitarlo... Pero yo me niego incluso a pensarlo aunque el pecho ya empieza a arderme ante la posibilidad.

En el corto camino Hansel sólo pregunta cómo estoy, a lo que sólo asiento como sí la pregunta no ameritara una respuesta más concreta. Pero lo entiende, no insiste, y al llegar me toma en brazos otra vez, pide atención y cuando llegan los enfermeros, se adelanta buscando a mi doctor.

Este no tarda nada en atenderme, pregunta que sucedió y entre palabras chocadas, le explico. No hace mayor investigación, se enfoca en lo que me sucede y deja a Hansel atrás diciéndole que tiene que parar el sangrado.

Varías puertas se cierran después de eso, y aún cuando llegamos a una sala para prepararme sigo sin sentir dolor alguno.

Es extraño” dice el doctor, pero añadiendo rápidamente que eso puede ser positivo.

A mí el miedo me paraliza el habla, los pensamientos y cualquier razonamiento. «¿Que haré yo, si pierdo esto?», y ninguna respuesta me parece certera o buena.

Con el doctor y un pequeño grupo de enfermeros en la sala, sólo soy conciente del vaivén y conversación en términos médicos que mantienen, mientras una enfermera intenta ponerme una vía, para suministrar algún tipo de medicamento después.

A ella es a quien me detengo a mirar por un momento, queriendo preguntar por mis hijos, pero el mismo miedo a tener una respuesta que no me guste, es lo que me detiene, haciéndome mirar al lado opuesto de su rostro.

Durante todo el proceso me siento consciente, aunque adormilada, siento todo lo que el doctor hace, escucho todo lo que hablan, y aunque me parece una eternidad el tiempo ahí dentro, la verdad es que no pasa más de una hora, para que el doctor se levante, se quite los guantes y se acerque al tiempo que se baja el cubrebocas.

—Está bien, está bien.—acaricia mi cabeza, y mis labios tiemblan de alivio al sopesar desde ya su afirmación:—Los bebés están perfectamente bien. Ahora descansarás un poco, y luego iré a verte.

Si en algún momento pensé en gesticular una palabra, el hecho nunca ocurrió; la anestesia, el miedo o cualquier otra cosa que me mantenía en la bruma, me lo impidió antes de que lo hicieran los camilleros que me alejaron.

Mil razones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora