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Damián.

Mi ritmo cardíaco no me deja pasar aire bien y no sé con exactitud que emoción es el que lo mueve de tal forma, porqué siento de todo; rabia, sofoque, inquietud, agobio... Culpa y arrepentimiento, y reconocer estos dos últimos sentimientos me enerva a un más.

Porqué no debería, ella no se merece que sienta culpa y yo no tendría porqué arrepentirme de lo qué pensé... Pero me es inevitable y por ello suelto una maldición con los ojos cerrados, los dientes apretados y entrelazando mis dedos por sobre mi nuca. Mis pies me mueven en un vaivén que no pasa de un metro, y el que siga sin venir nadie a darme razones me desespera más.

Me yergo mirando la sala de espera privada donde sólo estoy yo; analizo las tres puertas en el lugar y la idea de ir a buscarla se me trunca, al caer en cuenta que no se dónde diablos la metieron, pues la atendieron en emergencias y un grupo de especialistas se la llevaron al lado opuesto de dónde me trajeron a mí.

—Carajo.—gruño moviéndome al ventanal, pasándome con rabia el dorso de la mano por debajo de la nariz, cuando vuelvo a sentir el área mojada por segunda vez en el día.

El flujo de sangre no es mucho, pero me molesta tener que limpiarme tres veces más antes de alzar la cara al techo y apretarme el puente de la nariz. Aspiro un par de veces antes de abandonar la tarea cuando alguién entra al sitio.

Me vuelvo enseguida hacia la mujer que entra con una tableta en las manos y me sonríe un segundo, hasta que nota la rojez bajo mi nariz y frunce el ceño pese a que el sangrado se ha detenido.

—¿Se encuentra bien?—se acerca rápido y antes de que llegue a mí, pongo una mano enfrente haciendo que se detenga antes de que llegue a tocarme.—¿Necesita algo...?

Niego y la rodeo para irme a unos de los asientos cuando sorbo una vez más por la nariz y siento que me desoriento un poco.

—Ámbar...—menciono pausadamente al pasarme una palma por la cara.—¿Dónde está? ¿Cómo está?

La enfermera se acerca otros pasos hasta quedarse a mi frente y sonreírme cuando alzo la mirada para encontrarme con la suya.

—El doctor ha logrado detener la hemorragia y afortunadamente conseguir que el embarazo continúe.—dejo de mirarla y tomando aire no puedo decir exactamente qué es lo que siento al escuchar esto... Es que todo se me mezcla y me da la sensación que estoy varado en medio de un océano revuelto echo de un millón de emociones de las cuáles ni una sola logro distinguir.—Los detalles por ahora son reservados hasta que el doctor concluya la observación; ahora está terminando de estabilizar a la paciente y una vez que termine podrá verla.

No respondo nada y la chica por unos segundos se queda en su lugar con los ojos puestos en mí, a lo que alzo la cara nuevamente mirándola con una ceja enarcada, haciendo que reaccione enderezando los hombros, tomando aire y asintiendo a la nada antes de dar unos pasos a la salida.

Le quito los ojos de encima entonces intentando seguir lidiando en silencio con mi propio desorden mental, pero su voz no me lo permite y vuelvo mi atención a ella una vez más, cuando antes de llegar a la puerta de salida me llama por mi apellido.

—¿Que relación dijo que tenía con la paciente?—indaga curiosa y me es imposible ignorar su interés, por lo que termino alzando las cejas en un gesto desinteresado y soberbio.—Por cuestiones de privacidad y seguridad, digo...—se apresura a aclarar ante mi reacción, sin embargo permanece en su sitio esperando una respuesta.

—Soy su esposo.—dicto sin quitar los ojos de los suyos.

Entiendo las políticas de aquí, y aceptar que no tengo ningún parentesco con ella me negara la opción de seguir obteniendo información. La joven enfermera desvía la mirada ante mi respuesta y sonríe tensa antes de asentir.

Mil razones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora