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Ambar.

No sé sí el aroma del perfume que reconozco enseguida, me calma, altera o enloquece, pero reacciono clavando el talón en el hueso de su pantorrilla, lo que hace que me suelte y me gire de inmediato para mandarlo hacia atrás con la bofetada seguida del empujón que le propino.

Y es que el susto me queda, el saber que es en vano y que afecta lo que tengo dentro me enfurece poniéndome a no ver más que ese hecho que le roba la importancia al qué Damián Webster esté aquí, en mi casa... En la ciudad, luego de varios meses.

—¡¿Que mierda te ocurre?!—reclamo cuidando el tono para no despertar a quién duerme arriba.

—¿Qué me ocurre a mí?—increpa y el timbre en su voz delata la molestia, sin embargo es lo que menos me importa ahora.—¿Qué me ocurre a mí, Ámbar?

Se acerca y le empujo una vez más. No sé cómo está luego de tanto, pero ante mí se mira furioso y eso no le permite verse ni un poco indefenso, al contrario.

—Mierda, eres un maldito loco.—me quejo paseándome la mano por la cara, queriendo que eso ayude a qué mi ritmo cardíaco disminuya.—¿Te pesa mucho tocar la puerta y aparecer como la gente normal?

—¿Qué crees que haces?—inquiere haciéndome ladear la cabeza y tragar saliva.

Se acerca y yo me alejo dos pasos.

—Mía está bien.—murmuro intuyendo que su molestia se debe al tiempo que estuvo sin saber de su hija.—Ahora quiero que te largues de mi casa, y... ¡Para ya de acercarte!—pido molesta cuando sus pasos no dejan de aproximarse a mí.—¡Vete! Mía está dormida, vuelve después.

No me hace caso, se acerca aún más y molesta lo recibo con otro empujón agresivo, lo que hace que se me venga encima con más fuerza, atrapándome y dejándome sin movimientos en lo que me acorrala contra la pared para que me quede quieta.

—¡¿Qué haces?! ¡Suéltame!

—No vine a pelear.—increpa molesto y me río en su cara dejando de forcejear.

—¿A matarme entonces?—inquiero refiriéndome al susto que me dió cuando me interceptó.

—Ojalá pudiera.—me dice serio, haciendo que mis facciones también sean tomadas por la neutralidad.—Me ahorraría mucha mierda...

—¿Qué es lo que haces aquí?—interrumpo quieta, pero aún así no me deja oportunidad de liberarme.

—¿En serio me estás preguntando eso?—indaga indignado y mi ritmo cardíaco empieza a acelerarse otra vez.—¿Creías que nunca nadie se daría cuenta, Ámbar?

—No sé de qué hablas.—susurro cayendo en el momento, con su cara a centímetros de la mía mientras la capota de la sudadera le cae hasta la mitad de la frente, negadondome a ver con total claridad el tono de sus ojos.—Quitate.

Aprieta los labios y hace más presión entre nuestros cuerpos, consiguiendo que el mío reaccione al sentir como su pecho aplasta el míos casi expuesto gracias al forcejeo de hace un momento.

Desvío la mirada para concentrarme y tomo aire, en lo que él sujeta mis manos con una sola mano para tener una disponible.

—Me debes un millón de respuestas—me dice y vuelvo a sus ojos.—Pero por ahora sólo responde una ¿Cuánto tiempo crees que se puede ocultar un embarazo?

Cuando su mano libre se posa sobre mi vientre la respiración se me va y la saliva me queda en la garganta. Mis ojos se congelan en los suyos, y mi mente no piensa más allá del ¿Quién demonios se lo dijo?.

Mil razones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora