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Desde esa vez Bruno la evitaba. Sí. La evitaba. Mia lo notó.

Estaba limpiando fuera de la cafetería y  sintió la necesidad de voltearse. Casi sabiendo quién era, volteó con una sonrisa. Bruno, tras ser atrapado, se sonrojó rápidamente y fingió concentrarse en la vidriera de una tienda. Ese fue el primer encuentro que tuvieron en casi una semana, semana que torturó a ambos con los recuerdos de ese día. Mia intentó acercarse, pero Bruno había huido tan rápidamente que había dejado a la pobre muchacha con un mal gusto en la boca.

Caminaba por el centro de la plaza, charlando con Rosa, cuando sintió otra vez esa necesidad de voltear. Apenas giró la cabeza cuando se topó con la cabeza de Bruno apenas asomándose tras un árbol. Lo saludó con la mano y siguió caminando.

Para el tercer encuentro ya había comprendido que Bruno huía de ella pero trataba de hablarle, lo cual confundió a la joven. Estaba sentada en el porche de su casa, a lo lejos veía una silueta verde familiar y poco a poco fue reconociendo a Bruno, se paró en seguida con la esperanza de que le dirigiera la palabra y en cuanto él notó eso retrocedió y desapareció. Mia se había vuelto a sentar en un suspiro y con su rostro en manos. 

Habían pasado tres semanas y ya no tenía esperanza alguna de que el joven le hablara, y como nunca salía de su casa...

¡Su casa! Pensó con los ojos luminosos.

Terminó de limpiar su casa y tomó su chaqueta apresurada, caminando lo más rápido que pudo hasta Casita, terminando corriendo. La gente la observaba pero ya a ella no le importaba ser el chisme que pasaba de boca en boca. No pensaba con claridad, sólo estaba cansada de ser ignorada y evitada, ella no tenía la peste. En su cabeza repetía ¡este me va a escuchar!

Cuando llegó a Casita esta la recibió con sus característicos saludos y ella se lo devolvió, guardándose para sí lo que  pasaba dentro de ella. Tocó suavemente la puerta, tomando aire antes de que esta se abriera, dejando ver a Julieta. Mia agradeció a todos los santos posibles por no ser Alma quien la hubiese recibido, porque contrario a Julieta, no la hubiese dejado pasar tras un saludo alegre.

— ¿Puedo saber por el motivo de tu visita? — preguntó amablemente la mujer.

Oh... creo que no lo pensé bien.

Jugó con sus manos pensando bien que decir, sin notar que la mujer la observaba con una sonrisa.

— Sólo jugaba.

— ¿Eh? — alzó rápidamente su rostro.

— Puedes pasar a verlo.

La sonrisa que le dirigió Julieta le calmó los nervios y le sacó una sonrisa pequeña a Mia, quien le agradeció en voz baja. Julieta le indicó el camino y de un momento a otro estaba frente a una puerta de madera tallada con la figura de Bruno. Se iba a tomar su tiempo de impresionarse pero recordó por qué había ido casi corriendo hasta la casa de los Madrigal.

Dio tres toques en la puerta sin medir su fuerza, el resultado fue un Bruno temeroso asomando su cabeza por esta, abriendo los ojos de par en par cuando vio el ceño fruncido de la pelinegra.

— ¿Q-Qué haces aquí, Mia?

— ¿Puedo pasar? — dijo ignorando olímpicamente su pregunta.

La mirada le indicó a Bruno que las opciones eran: "Sí, por favor perdóname" o "Sí, perdóname". Así que, asustado, dejó ingresar a la chica, indicándole que se siente, pero esta no le hizo caso y sólo se quedó parada dando vueltas pensando cómo iba a decir lo que quería decir. Bruno cerró lentamente la puerta y se quedó frente a esta, jugando con sus manos.

— Me estás poniendo nervioso...

Mia lo observó con el ceño aún más fruncido, Bruno tragó saliva. El joven sabía que hizo mal en evitar e ignorar así a la chica, así que sabía que estaba en su derecho de enfadarse. Pero Mia no parecía enfadada, era un manojo de emociones. No sabía cómo sentirse.

Pero una sola cosa rondaba por su cabeza, así que su mirada dudosa iba entre Bruno y sus zapatos, negaba la cabeza de a ratos o la inclinaba a un lado como considerando lo que pensaba, hace rato lo tenía en mente.

Terminó bufando — Ya fue.

Bruno apenas procesó lo que sucedió.

Cuando vio a la joven aproximarse con rapidez, con los ojos inyectados en enojo, abrió sus ojos de par en par con miedo. La chica lo estampó contra la pared, luego una mano se posó con suavidad en su cuello y la otra mano se posó con la misma  suavidad en su mejilla, confundiendo al pobre Bruno puesto que parecía tan enojada que su suavidad la contrariaba. Bruno iba a preguntar qué sucedía cuando unos labios suaves y carnosos se habían posado sobre los suyos, contrario a la suavidad de sus manos la joven lo besaba con frustración. Sintió su cara ponerse de todos los colores, sin embargo, cerró sus ojos lentamente y había puesto sus manos en la cintura de la chica, quien había gruñido tras esto.

Ni Mia sabía cómo sentirse. Fue el beso más raro que había dado en su vida, pero eso no significa que no lo hubiera disfrutado, por semanas enteras venía dándole vueltas al asunto. Y quizás no era la mejor forma de que Bruno dejara de ignorarla, quizás esto haría que se alejara aún más de ella, pero no estaba pensando claro.

¿Estaba enojada? No lo sabía. ¿Le irritaba que el joven la ignorara? Mucho. ¿Quería verlo?... la respuesta era clara.

Cuando se separaron para tomar aire, Bruno la observó con los ojos abiertos de par en par. Mia sólo suspiró y apoyó su cabeza en el hombro del contrario.

— ¿Por qué... me evitaste?

Bruno trataba de no quedarse sin aire, las manos le quemaban.

— P-Porque... me acobardé... e-esa noche fui muy a-atrevido. Pensé que... Pensé que me ibas a...

— Sabés bien que no te voy a odiar, bobo... no me gusta que me ignoren.

— Lo noté.

La joven negó con la cabeza. — No penses que porque besas rico estás perdonado.

Apenas la escuchó decir eso, Bruno se ahogó y comenzó a toser, terminando en la misma situación como la que se conocieron. Bruno agachado tosiendo como loco y Mia golpeándole la espalda.

Terminaron sentados en la cama del joven en silencio, Bruno buscando las palabras adecuadas y la joven esperando con paciencia.

— No sé por qué te evité, sólo me dio vergüenza...

— ¿De qué?

El tono de la joven había atravesado a Bruno como una flecha, de las que dolían. Tragó saliva.

— D-De haberte abrazado sin p-permiso... y... por haberte dado un b-beso.

Mia frunció el ceño, viendo por fin al joven, quien suspiró al haber conseguido que lo mirara.

— Dios, Bruno, eso fue tan lindo — bufó observando con enojo al joven, quien reprimía una sonrisa al ver a la joven tan indecisa, lo que salía de su boca contrariaba lo que su rostro expresaba —. Me pasé tres semanas ¡tres! Intentando hablarte, me evitaste, me perseguías pero no me hablabas... Pedazo de- ¡quería verte!

Se paró de un golpe de la cama de Bruno y se dirigió a la salida, pero el joven no iba a dejar que se fuera enojada.

No sabía de dónde había sacado el atrevimiento, pero corrió hasta Mia y la abrazó por la espalda, repitiendo "lo siento" muchas veces en su oído.

Mia, por un lado, reprimía una sonrisa. Oh, si, lo había logrado. Tenía al Madrigal pidiéndole perdón en su oído mientras la abrazaba con fuerza. Volvió a su postura de seriedad y se dio vuelta.

— ¿Prometes no volver a hacerlo?

Bruno asintió casi eufórico ante esto, y se dio una bofetada mental tras recordar.

— Pinky promesa — alzó el meñique y lo entrelazó con una Mia que suavizó su mirada y dejó escapar una sonrisa enternecida —. Juro solemnemente no volver a ignorar a Mia Gómez, ¡y que me peguen los rayos de Pepa si lo hago!

— Bonito.

Tímido • Bruno MadrigalWhere stories live. Discover now