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Leía y volvía a leer la carta, intentando encontrar una pista oculta o algo parecido que lo guiara de vuelta a ella, de a ratos tenía que alejar esa maldita carta porque la angustiaba tanto que terminaba llorando por horas abrazando la almohada pidiendo que volviera entre sonoros sollozos, estaba siendo demasiado duro para alguien que se había encariñado y, hasta enamorado, de una persona demasiado rápido. Nunca imaginó que iba a desaparecer sin explicación. Sólo quería que volviera.

Los días pasaban con lentitud, había días que se quedaba sentada en el porche con la vista empañada de lágrimas clavada en el camino que iba directo a Casita, esperando ver esa silueta verde que tanto extrañaba, a veces confundía las siluetas y se paraba del porche con el cuerpo temblando esperando ver a Bruno, pero terminaba siendo cualquier persona que la observaba con pena mientras se alejaba.

La gente del pueblo de alguna manera se había enterado de lo que había sucedido, y siempre que la veían caminar por las calles la perseguían con la mirada como si la chica fuera capaz de romperse frente a todos, pero lo ignoraba, porque sabía que si los enfrentaba les iba a gritar sus verdades y eso empeoraría las cosas. Había días que se pasaba en su cama recostada sin comer ni beber agua, terminando por marearse por completo mientras miraba la carta con dolor, abrazando con su mano el collar que él le había dejado y el que nunca se había quitado desde su desaparición, esos días repetía en su mente una y otra vez todos sus recuerdos juntos, recordaba sus palabras con lágrimas, recordaba sus abrazos con sollozos, y siempre terminaba hecha un desastre. 

Pero también había días en que se alimentaba lo suficiente y salía a buscar por todas partes en el pueblo, había casi pasado por la frontera de Encanto, pero siempre algo la frenaba, no sabía bien el qué, pero siempre que estaba por pisar la frontera un ruido a sus espaldas la obligaba a volver sus pasos, intentando encontrar al causante de este, esperanzada de que fuera Bruno. Pero siempre llegaba a su casa con las manos vacías y una presión horrible en el pecho. Trataba de ignorar las miradas de todos y concentrarse en buscar a Bruno. 

Pero le dolía. Le dolía ver todo el tiempo a la gente que constantemente atacaba a Bruno. Le dolía tener que sentir sus miradas sin poder hacer nada al respecto, era la culpa de la gente que él desapareciera. No sabía en qué momento, pero poco a poco comenzaba a agarrar bronca a las personas, era tan injusto que ellos disfrutaran su vida mientras que para ella todo se había detenido. 

Le dolía no haber podido hacer nada por su chico.

Los días se convertían en semanas con facilidad, la presión en el pecho de Mia incrementaba y comenzaba a notarse en su físico, se veía cada vez más deprimida. Conservaba unas ojeras debajo de sus ojos, había adelgazado notablemente, sus ojos que antes eran grandes y desprendían felicidad ahora se mantenían en una intimidante línea delgada y habían oscurecido, ya no se asomaba ni una pequeña sonrisa, había dejado de ir a trabajar a la cafetería, ya no hablaba con Rosa, sólo salía de su casa para buscar a Bruno o ir hasta los Madrigal. 

Las hermanas solían ir a visitarla y a invitarla a almorzar, pues notaron que la joven había dejado de comer, sabían que comía sólo lo necesario para mantenerse despierta. Eso las preocupaba. Pero cada vez que le manifestaban eso a Mia, esta terminaba restándole importancia diciendo que ya se le pasaría.

Lo cierto es que ni ella estaba segura de ello.

Las hermanas de la que pensaba continuaba siendo su pareja, estaban destrozadas, se notaba en los ojos y el andar de Julieta, a quien su comida comenzaba a salir menos exquisita que antes, pero apenas y se notaba, aún así Agustín buscaba la manera de animar a su esposa, había comenzado a cocinarle a ella y estaba todo el tiempo atento a sus necesidades, Pepa, por otro lado, intentaba mantener la calma y verse feliz, pero los constantes días lluviosos la delataban, a veces llovía con rayos, a veces eran pequeñas lloviznas, y Félix ya no sabía qué hacer para que su esposa se sienta un poco mejor. 

Las veces que Mia había visitado a los Madrigal, lo hacía por los niños, que comenzaban a preguntar por ella. Y una vez tuvo que irse de la casa completamente destrozada, puesto que…

- Mia - dijo Mirabel acercándose, de la mano con el pequeño Camilo, Mia se agachó con una pequeña sonrisa -... ¿Has visto a Tío Bruno? 

- Queremos jugar con él, ya no viene a contarnos historias… - dijo el pequeño niño, haciendo pucheros.

Mia quedó atónita, sin saber cómo responderles. Pero terminó tomando aire, acariciando su collar y, con lágrimas en los ojos y una pequeña sonrisa, les dijo: - Aún no lo encontré, pero les aseguro que él va a volver y contarles muchas historias… vayan a ju-jugar, niños…

Y se había ido de la casa con una disculpa y el cuerpo tembloroso, rechazando amablemente las peticiones de los familiares por acompañarla. 

Todo se sentía tan solitario, tan gris y feo sin su pareja. Nunca se había sentido así. Lo necesitaba con ella, necesitaba ver sus sonrojos, su sonrisa, su mirada de cachorro pequeño. Había veces que no lo soportaba y terminaba rompiendo algo del enojo, detestaba que la gente del pueblo fuera tan hipócrita con ella y se acercaran a darle sus condolencias. El resultado de esto era que Mia les dijera con dureza y amargura que él no estaba muerto. 

Rogaba que no lo estuviera. 

Pero los meses comenzaban a pasar y él no aparecía. Había dejado de visitar a los Madrigal, le hacía mal no verlo allí, le hacía mal que su suegra continuara siendo dura con todos, siendo peor que antes en cuanto a las exigencias, le dolía por lo niños pero ella no podía meterse en ese asunto. No tenía las fuerzas necesarias tampoco. 

La mala alimentación la estaba volviendo cada vez más débil, le costaba pararse de su cama, le costaba continuar con sus búsquedas, le costaba comer una cucharada de comida. Se estaba cansando.

Había veces que le costaba conciliar el sueño, repasaba la última noche que vivieron juntos y se trataba a sí misma con dureza. ¿Cómo pudo haber sido tan estúpida de no darse cuenta de lo que en verdad sucedía? Terminaba llorando de la frustración, sintiéndose tan idiota por no haber hecho algo. Sin darse cuenta, había comenzado a cambiar la visión de ella. Había comenzado a sentir rechazo y odio hacia su persona, se sentía un ser tan despreciable, debía haber hecho algo, debía haberlo perseguido, debía haberlo ayudado. 

Y esas duras, frías y solitarias noches terminaba recordando el día que le cantó una de sus canciones favoritas, y dormía con lágrimas recorriendo sus mejillas, sintiendo como si volviera a vivir el momento, recordando con exactitud la calidez del abrazo del contrario. Siempre despertaba con un nudo en la garganta y lloraba al ver que seguía despertándose una y otra vez en la misma pesadilla.

Estaba segura de que eso era una pesadilla.

Tímido • Bruno MadrigalWhere stories live. Discover now