24

2.2K 293 112
                                    

Salió corriendo de su casa con lágrimas en los ojos y apretando la carta en sus manos, en su cabeza sólo podía escuchar los “no” que repetía mientras entendía que lo que sucedió entre ambos la noche anterior fue una despedida, cada paso que daba entendía que las miradas, los besos, los abrazos, las caricias, la manera en que la trató con sumo cuidado, no eran más que una suave despedida, y no producto de la felicidad por poder construir un futuro juntos. 

Tocó la puerta de Casita con desesperación, tratando de que las lágrimas dejaran de caer para no preocupar a los Madrigal, sin reparar en el fuerte temblor que sufría, en que sus ojos estaban abiertos de par en par y que sus piernas estaban a punto de no soportar más.

Sólo quería correr a los brazos de Bruno y que le dijera que todo era mentira, que había resuelto su conflicto familiar y ambos iban a tener esa vida que querían. Sólo quería abalanzarse a sus brazos y que no se fuera. Entonces Bruno reiría, la tomaría del rostro y le diría que iban a permanecer juntos hasta convertirse en pasas de uva, Mia sonreiría y lo abrazaría mientras lloraba con fuerza por el susto que se había llevado, mientras el chico se mecía suavemente y le cantaba esa canción otra vez. Sólo podía escucharlo cantar esa canción mientras las lágrimas continuaban bajando con rapidez de sus ojos y las comisuras de sus labios temblaban. Sólo quería que se quedara con ella.

Le dio la espalda a la puerta y sollozó con su mano en su boca, tratando de calmarse. 

- ¿Mia..? - escuchó a Julieta decir, cuando volteó a verla intentó sonreírle pero sólo logró mostrarle una mueca de dolor a la mujer, quien se veía sumamente preocupada. La había escuchado.

Ni siquiera supo en qué momento la mujer la tomó de las manos y la guió hasta la cocina, obligándole a sentarse mientras le preparaba algo para tomar, diciéndole algo que no logró escuchar, no podía. Pero cuando Julieta volteó Mia no estaba.

La joven caminaba atónita, temblando y negando con la cabeza hasta la habitación de Bruno, arrugando la carta en sus manos al presionarla con tanta fuerza en su pecho. Abrió lenta y tortuosamente la puerta, esperando encontrar a Bruno recostado en su cama, o sentado en un ovillo en una esquina, o que este simplemente le sorprendiera por la espalda diciéndole que decidió quedarse junto a ella.

Pero todo estaba en silencio, no había nada fuera de lugar. No faltaba nada. 

Caminó a paso lento hacia el reloj de arena, pensando en que quizás el joven estaba en su cueva de visiones. 

- Por favor, no te vayas, quedate conmigo, bonito, conmigo… 

Repetía una y otra vez, sollozando de vez en cuando, sintiendo cómo su mundo se caía. Ahí entendió del todo que su chico era demasiado bueno como para desaparecer por el bien de los que quería, incluso si eso significaba abandonar a la persona que lo amaba y que él amaba. Y Mia lloró mientras subía las escaleras, eran demasiadas y sus piernas temblaban demasiado, pero ella llegó al final de esta y entró a la cueva, llamando a Bruno, pidiéndole que hablara con ella, que se quedara con ella, diciéndole al aire que ambos buscarían una solución.

Pero él no aparecía, y eso la terminó por romper. Cayó en el medio de la cueva y sollozó, dándose cuenta de que él de verdad se había ido para no volver jamás, porque de escucharla habría corrido hacia ella, y Mia estaba sola en su habitación. Se apoyó en su brazo izquierdo mientras que con el derecho abrazaba a la carta, lo cual era lo último que había recibido de él.

Y se culpó por no haberse despertado a tiempo cuando él se iba. Se culpó por no haberle dado suficiente amor como para que se replanteara el irse. Se culpó por ser como es, por primera vez en su vida, porque su familia no la aceptaba. Se culpó porque creyó, inocentemente, que quizás ella era el motivo de su desaparición. 

Tímido • Bruno MadrigalWhere stories live. Discover now