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Ambos se encontraban en la casa de Mia, se había hecho tarde pero habían pasado todo el día charlando de cosas triviales, habían reído carcajadas y hasta jugado a las cartas, Mia ganó la mayoría sacándole pucheros al joven, y esas rondas terminaban en sesiones de besos, no la culpen, Bruno había comenzado a atarse el pelo cuando estaba alrededor de la joven, desde esa cita no había podido dejar de pensar en el hecho de que Mia se lo comía con la mirada, así que de vez en cuando volvía a desabotonarse la camisa, ponerse collares y anillos, y atarse el pelo, logrando dejar como boba a la chica.

Se dio cuenta que le gustaba provocarla, así que había veces que cuando se besaban le mordía el labio, le gustaba acariciarle el cuello puesto que hacerlo mientras la miraba fijamente a los ojos le movía el suelo a la pobre chica, le gustaba acercarla a su cuerpo y quedarse pegados hasta que tenían que separarse, pues ninguno se sentía listo para dar el siguiente gran paso. Pero de que le gustaba poner las cosas tensas y alejarse con una media sonrisa como si nada, le gustaba. Y eso a Mia la volvía loca. ¿A quién no?

Así que le había gustado la idea de recibir ese tipo de atención. Y a la joven le encantaba darle el gusto, pues su cara de satisfacción y felicidad le causaba demasiada ternura a la joven, aunque no era como si fuese fácil resistirse a sus encantos, por lo que no le quedaba de otra más que ceder.

Cuatro meses habían pasado desde la estancia de la joven, ambos eran cada vez más cercanos, y la gente del pueblo notaba esto, levantando envidia de pretendientes de ambas partes. Muchos preguntaban si eran pareja, pues se comportaban como una. Hasta los mismos Madrigal se estresaban al ver que el tiempo corría como un reloj de arena y aún no formalizaban nada. Todos, excepto, claro está, Alma, quien suplicaba que no tuvieran nada y tenía un plan en mente.

Habían terminado sentados en la cama de Mía, Bruno apoyado en el respaldo y la joven apoyada en los barrotes que estaban en los pies de la cama. Eso era una distracción para la joven, cruel, si le preguntaban. Era difícil desviar la vista de un Bruno apoyado en el respaldar de lo más relajado, con tres botones de su camisa desabrochados, mechones sueltos cayendo por su frente, sonriendo de lado con timidez sin darse cuenta del atractivo que era su acción, jugando con la tela de su ropa sacando pelusas en un lento movimiento que distraía a Mia.

Pero, al igual que Mia, para Bruno era difícil de apartar la mirada de la joven que apoyaba sus codos en sus rodillas flexionadas, echando la cabeza para atrás y riendo de algo que él dijo, a veces la atrapaba analizándolo de arriba a abajo con su labio inferior atrapado en sus dientes haciendo que se vea tan atractiva como intimidante para Bruno, y eso le gustaba, le gustaba lo intimidante que llegaba a ser, y la mirada que le dirigía simplemente lo ponía demasiado nervioso, pero no iba a negar que eso le atraía demasiado.

Aunque Bruno miraba sus manos de vez en cuando, sin prestar atención del todo en lo que la joven hablaba, pues en su cabeza sólo había una cosa. Y Mia se había dado cuenta de ello.

- ¿Qué pasa, bonito?

Bruno alzó la mirada sorprendido, negando levemente con la cabeza -Nada, Mia, ¿por qué preguntas?

La joven entrecerró los ojos con una sonrisa - Dale, andas en otro lado, capaz que pueda ayudarte a resolver eso que tenés en mente.

- No hace falta... es una tontería, nada más.

La joven asintió, con una sonrisa como si ya supiera lo que pasaba - mmm las veces que me decías que es una tontería era para pedirme besos, ¿es eso?

Bruno se sonrojó - No es eso... está relacionado, creo.

- Ah, entonces yo soy parte de ese problema ¿no? - dijo, sonriendo como tonta.

Tímido • Bruno MadrigalWhere stories live. Discover now