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Caminaba hacia su casa con lentitud, casi arrastrando sus pies a propósito, tratando de retrasar el tiempo, pero sabía que no importara qué tan tarde llegara iban a hablar con seriedad de su boda. Pensar en un matrimonio arreglado lo hacía querer tirarse de su torre. Peor aún con el hecho de que iba a ser con otra persona y no la que le gustaba, a la cual poco a poco comenzaba a amar, lo que prácticamente le aseguraba una vida triste y gris.

Sus hermanas volteaban a verlo de vez en cuando, dedicándose miradas entre sí cargadas de preocupación. Tampoco querían llegar a Casita, sentían que una discusión muy fuerte se avecinaba. De por sí les había sorprendido que el joven se defendiera de los intentos de su madre por atarlo a algo que no quería, pensaban que quizás esta vez sería más dócil. Y esperaban que no. Ya habían visto suficiente sufrimiento en su pequeño hermano como para que lo condenaran toda su vida a ese circulo de miseria del que constantemente se esforzaba por salir.

— Todo va a estar bien, Brunito... ya verás. — le animó Pepa con una sonrisa y apoyando una mano en el hombro del chico, quien sonrió débilmente. Al menos esta vez tenía el apoyo de su hermana Pepa, que era con quien más desacuerdos tenía.

Julieta miraba la escena con una presión en el pecho, viendo otra vez al Bruno de hace unos meses, el Bruno con la mirada perdida, el que cada vez que caminaba parecía que tenía cadenas en los pies, el Bruno que rara vez tenía ganas de hacer algo con su vida. Y Julieta se dio cuenta, una vez más, cómo las exigencias de su madre estaban encerrando a su pequeño hermano en una caja de barrotes, una caja que cada vez lo aplastaba más. Y le entristecía, porque ella y su hermana al menos habían logrado tener una vida feliz, un matrimonio feliz, y unos hermosos hijos que les alegraban el día a día, ¿pero Bruno? Apenas y estaba conociendo ese terreno, terreno que estaba en peligro. Y ambas coincidían en que querían que él viviera ese tipo de amor, el cual lo hace sentir feliz y querido, y no aquel que lo encierra en constantes angustias por "el bien de la familia".

Casita les abrió la puerta con lentitud, como si también supiera lo que iba a ocurrir, y los trillizos ingresaron, sintiendo un ambiente pesado. Los maridos de las mujeres observaban a los hermanos ingresar con preocupación en sus ojos, queriendo brindar apoyo de alguna manera, pero Bruno se había encerrado en sus pensamientos, fue tan así que ni siquiera notó la presencia de su madre, presencia que tensó a todos en la sala, menos a él, que observaba el suelo preguntándose una y otra vez qué mal había causado para que su vida pasara de desgracia en desgracia, sin tener una mínima oportunidad de ser feliz.

— Por fin, Bruno — dijo con severidad su madre, el joven apenas y la miró a los ojos —. Ven, tenemos algo muy importante de qué hablar.

Bruno miró hacia atrás, encontrando a sus hermanas abrazadas a sus esposos, mirando la escena con pena, él les dirigió una pequeña sonrisa mientras era arrastrado por la mano de su madre escaleras arriba. Alma cerró la puerta de su habitación tras ella, Bruno vio por un instante una pequeña debilidad en la vela, lo cual lo hubiese preocupado en demasía de no ser por sus circunstancias.
 
La mujer suspiró y tomó asiento en su cama, palmeando junto a ella, pidiéndole con la mirada que se siente. Bruno sólo se quedó parado, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón.

— Bruno, lo de ayer fue un desastre — dijo con la mirada rota —, pensé que iba a funcionar. Pensé que esta familia te importaba.

Y ahí estaba de nuevo, sintiéndose un imbécil por las duras palabras de su madre, que lo colocaban como el malo de la historia, siempre.

— Mamá, sabes que no es así... yo amo a esta familia. — dijo en voz baja, jugando con su pie.

— Mírame, Bruno — le ordenó, viéndolo directo a los ojos —. Tú no amas a esta familia, si lo hicieras...

Tímido • Bruno MadrigalWhere stories live. Discover now