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Cuando Bruno llegó a Casita, con una sonrisa boba y muchas emociones explotando dentro suyo, fue recibido con un tenso silencio. 

Sus hermanas lo miraban con una disculpa reflejada en sus ojos, sus cuñados lo observaban con pena y Alma con una sonrisa.

- Oh, hijo, llegaste justo a tiempo. - caminó hacia él con los brazos abiertos, recibiendo a un muy confundido Bruno con un cálido abrazo y una sonrisa de oreja a oreja. 

- Eh… hola… ¿me perdí de algo? - estiró el cuello para ver a sus hermanas, quienes desviaron la mirada.

No era por ser grosero, pero ver a su madre con una sonrisa de oreja a oreja cuando todo el tiempo lo miraba con decepción, le generaba un mal presentimiento a Bruno, se le había revuelto el estómago. 

Me hubiera quedado con Mia… pensó, sintiéndose mal al instante por pensar eso, él amaba a su familia. Él amaba a su madre.

- Ven, mi niño, vamos a la mesa, hay algunas personas esperándote. - lo tomó de la mano guiándolo, como si no conociera su propia casa. 

¿Personas queriendo verlo a él? Quizás era porque querían que les diera una visión… no, no era eso, hace rato las personas habían dejado de pedirle visiones, hace rato había dejado de participar en la rutina en contra de su voluntad, se sentía inútil por no poder ayudar al pueblo. Estaba realmente confundido cuando vio a una pareja y una joven de su edad acomodados en la mesa, sus hermanas lo perseguían desde atrás con pesar.

Bruno no tenía idea de que antes de llegar a su casa se había generado una pelea, en la que sus hermanas, por primera vez, se habían puesto en contra de su madre, con sus esposos apoyándolas escondidos en la cocina, jugando con los niños y con una mirada de preocupación. Nadie en esa casa, excepto Alma, tenía un buen presentimiento de lo que podría pasar. 

- Siéntate, Brunito, ¡te tengo excelentes noticias! - obligó a sentarse a un atónito Bruno, quien miraba a la pareja y la que asumió era su hija, con un nudo en la boca del estómago. 

La joven lo miraba con una pequeña sonrisa que estaba comenzando a incomodar a Bruno, y los padres de esta lo miraban de una manera que no supo interpretar. Se sentía tan fuera de lugar que quería correr de su casa.  

- Yo también tengo una buena noticia. - dijo con sus ojos reflejando el miedo y la incomodidad que aumentaba cada vez que su madre lo observaba con una enorme sonrisa.

- Si, si, pero ya después nos la cuentas, ¿si? ahora enfócate en esto. - dijo amablemente, pero la mirada que le dirigió le indicaba que no podía elegir otra opción porque no la había.

Parecía que sabía lo que Bruno iba a contarles, parecía haber hecho su plan justo a tiempo. 

- Pues, si no es molestia, mamá, yo sí quiero escucharlo primero. - dijo Pepa, mientras le cortaba un trozo de carne a Dolores, quien escuchaba todo con atención.

- Ya habrá tiempo para escucharlo, hija, a comparación de la noticia que tengo que darte, Bruno, estoy segura que la tuya no importa tanto ¿no es así? 

El joven frunció el ceño, sin responder a esa amarga pregunta. Claro que importaba. 

- Bien - rió con alegría y aplaudió, para luego señalar a la pequeña familia que tan silenciosa había sido -. Bruno, ellos son Mariana y Pablo, y la niña de ahí es Geraldine.

- Hola, bienvenidos a la casa Madrigal. - les sonrió con educación a pesar del sabor amargo que le estaba generando la situación, esperando que no fuera lo que pensaba que era. Los padres lo miraron encantados. 

Al otro lado del pueblo, Mia no podía conciliar el sueño. Había decidido no cenar porque era un manojo de nervios y ni siquiera podía tragar un pedazo pequeño de pan. Tenía demasiado miedo, como muchos al iniciar una relación, pues no quería que fuera algo demasiado corto, temía arruinar las cosas y que el joven terminara odiándola, simplemente no podría soportarlo. De por sí le había dolido demasiado cuando el joven le dijo que no quería verle nunca más, no se imaginaba que le dijera que la odiaba. No podía. Y tenía miedo de que terceros se metieran en la relación, ya saben, pensamientos de medianoche. Excepto que eran las once de la noche cuando se había recostado pues no encontraba nada que hacer, y ahora se encontraba recostada mirando el techo como si éste pudiera responder las interrogantes. 

Nuevamente, como lamentablemente no había podido evitar, se encontraba pensando nuevamente en la manera que Bruno se le acercaba de a ratos con intenciones de besarla pero sólo se limitaba a quedarse mirando su rostro con una media sonrisa, le frustraba y a la vez le encantaba que hiciera eso, le gustaba que haya empezado a usar su camisa de esa forma más seguido, le gustaba que luego de atreverse a tanto volviera a su característica timidez pidiendo permiso hasta para darle un abrazo, le gustaba su dualidad. 

Cuando le había preguntado qué es lo que eran, ella no había sabido responder. Porque para Mia, Bruno ya formaba parte de su vida diaria de una forma tan íntima que no le parecía necesario un título. Porque para ella sólo era un título, pero que de todas formas había comprendido de la importancia de ese título y de lo bien que se sentía nombrarlo como oficialmente suyo. Le había enternecido ese abrazo que expresaba el alivio y el contento del joven cuando ella lo aceptó como su pareja, y en ese momento se encontraba pensando en eso con una sonrisa cuando sintió unos desesperados golpes en la puerta de su casa.

Salió rezongando de la comodidad de su cama y tomó una campera para tapar un poco más sus desnudas piernas, pues se encontraba sólo con una remera grande y sin sostén. Y no quería empeorar la opinión de la gente sobre ella, no quería darles más razones para odiarla.

- Oiga, ¿tiene una idea de la hora que- 

Ni siquiera pudo terminar de formular la pregunta cuando unos brazos la envolvieron con fuerza y Bruno comenzaba a sollozar en su hombro. 

No entendía qué había podido salir mal, se había ido de lo más feliz de la vida y había vuelto hecho un pañuelo de lágrimas. Cerró la puerta como pudo sin soltarlo.

- Hey, bonito, ¿qué pasa? 

Bruno negó con la cabeza y se apartó un poco para verla con lágrimas a los ojos, y al verla sonriendo dulcemente mientras secaba sus lágrimas con toda la ternura que cargaba sólo hizo que su llanto aumentara. 

- Vení, vamos a la-

- Mi madre planeó una boda. Me voy a casar con alguien que no conozco. Y no quiero. - sollozó. Mia lo miró atónita.

Lo tomó de la mano y lo guió a la cama, acostándose junto a un Bruno que no la soltaba para nada, le acariciaba el cabello con la mirada perdida, intentando calmarlo y asumir lo que estaba sucediendo, pensando preocupada en qué más podría salir mal.

Tímido • Bruno MadrigalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora