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Mia se paró del porche de un salto a ver a las hermanas de Bruno acercarse a ella, dando pasos lentos.

- ¿Sigue sin aparecer? - dijo con la voz temblorosa, aguantándose las ganas de llorar.

Ya habían pasado casi nueve meses de su desaparición, nunca dejó de buscarlo. Y era tan doloroso para ella que siempre volvía sola y sin ninguna pista. Lo extrañaba demasiado, extrañaba sus risas, extrañaba decirle bonito, extrañaba abrazarlo, extrañaba esas pocas veces que durmieron juntos, extrañaba su olor, sus rizos. Quería que volviera, ya no le importaba estar enojada porque la haya dejado, sólo quería verlo.  

Las hermanas negaron con pesar, Mia asintió con lentitud y quiso dar un paso hacia ellas, pero se mareó y ambas corrieron a tomarla del brazo, compartiendo una mirada de preocupación.

- ¿Hace cuánto que no comes, Mia? - preguntó Pepa, angustiada. 

- ¿Les soy sincera? no lo sé. Ya ni me importa. - dijo, cerrando los ojos, apoyando su cabeza en el hombro de Julieta. 

Las hermanas se dirigieron una mirada cargada de preocupación, Pepa tenía los ojos aguados y en el pueblo una pequeña llovizna comenzaba a caer, Julieta hizo una mueca y suspiró. 

- Vamos adentro, te voy a preparar algo ¿si? Y lo vas a comer. - dijo Julieta, tomando de la cintura a la chica y, con ayuda de Pepa, la ingresaron a su casa, cerrando la puerta tras ellas. Todos habían visto la escena. Y eso enojaba a Pepa, un relámpago se escuchó, todos volvieron a ingresar a sus casas, como si de una señal se tratara.  
 
- Pero - dijo Mia, al ser sentada en el sofá - no tengo hambre… de verdad. Estoy bien. No se preocupen.

Quiso incorporarse y Pepa tuvo que tomarla de los hombros y sentarla suavemente, negando con la cabeza. Mia tuvo que tomar varias bocanadas de aire para contener el llanto. No quería incomodarlas más de lo que había hecho. 

- No, mírate - dijo Julieta, negando con la cabeza -. No lo estás. No comes, no sales, estoy segura de que vives encerrada en tu habitación… 

Ambas miraron a su alrededor, notando la pequeña capa de polvo que cubría ciertos objetos, visualizando la escoba en una esquina, pero los platos estaban limpios. Sin embargo, la mesa tenía migajas esparcidas, como si la chica hubiese intentado comer algo, y también había una taza que era la única de la que goteaba agua. 

- ¿Cómo es que te mantuviste parada todo este tiempo…? - dijo Pepa, más para sí que para Mia.

La joven se encogió de hombros. Julieta negó con la cabeza y entró a la cocina suspirando, tratando de que sus ojos no se empañaran con lágrimas. 

- No hace falta que limpien, chicas, lo haré… luego, supongo. - dijo Mia, cubriendo con su palma su frente, al ver las intenciones de las mujeres. 

Le avergonzaba lo mucho que había descuidado su hogar. Le avergonzaba que Julieta negara su petición y escuchara cómo limpiaba la mesa, mientras que Pepa había comenzado a barrer el suelo, amenazándola con que si se paraba le iba a lanzar un rayo. Mia sonrió con nostalgia ante esto, pues recordó que Bruno le había contado de esas mismas amenazas que había recibido por parte de su hermana. Pepa barría en silencio cuando notó que Mia abrazaba con sus manos un collar, el collar de su hermano, y que no parecía ser consciente de esto. Tampoco parecía ser consciente de la forma que acariciaba su mano con su pulgar, ni de que sus labios temblaban, ni de que lágrimas se asomaban. La mujer tragó saliva y continuó limpiando. 

- Julieta - dijo acercándose a ella, hablando en voz baja -... no creo que sea buena idea contarle lo de…

- Lo sé - dijo, dejando de amasar con un suspiro de tristeza -. Pero no la veo bien, no me hace bien que se la pase encerrada. La gente del pueblo dice que-

Tímido • Bruno MadrigalOnde histórias criam vida. Descubra agora