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Caminaron hasta el centro del pueblo, donde había más concentración de comercio, Mia sentía bonito cuando Bruno le acariciaba la mano con el pulgar y sonreía bajito.

Sin embargo, una pregunta rondaba en su cabeza, molestando a su estómago pero que de todas formas ignoraba para disfrutar de la salida.

- Oh, aquí es. - se detuvo Bruno.

Mia observó el pequeño hotel de colores pasteles, fuera de este había mesas redondas y gente que interrumpían lo que estaban haciendo para voltear a verlos, ambos ignoraron los jadeos de sorpresa cuando los vieron tomados de la mano. El hecho de que a Bruno ya no le importaba lo que la gente hablaba de ambos era algo que enorgullecía a Mia, es más, pasaba entre la gente con una sonrisa y dirigiéndola suavemente a una mesa.

Mia se llevó una sorpresa cuando el joven se adelantó para tomar la silla y ayudarla a sentarse, empujando suavemente esta, para luego sentarse al frente de la atónita joven, él sólo sonrió con un sonrojo causando cosas dentro de Mia.

Pocos saludaban con educación, uno de ellos era claramente el mesero, quien, a pesar de su curiosidad y sorpresa, los veía con una sonrisa y libreta en mano.

- ¿Qué desean ordenar?

Ambos tomaron el menú de la mesa y comenzaron a ver las opciones.

- Y... la verdad no sé mucho de comida del país, así que sólo voy a pedir Spaghetti, y de bebida... sólo agua, gracias. - le sonrió amablemente al joven, quien anotaba todo repitiendo en voz baja el pedido.

- Yo ordenaré lo mismo que ella, gracias. - dijo Bruno, sonriendo con nervios.

El mesero se retiró con un asentimiento a ambos y quedaron solos mirándose mutuamente con una sonrisa. Mia, quien se esforzaba con todas sus fuerzas, flaqueaba y terminaba recorriendo con la mirada desde los ojos de Bruno, pasando por sus labios, deteniéndose a admirar su cuello adornado con los collares, y se detuvo en la parte visible de su pecho sin reparar en que se había detenido unos largos segundos en él con los labios atrapados en los dientes, luego apartaba la vista en contra de su voluntad. Bruno la había visto sorprendido cuando la atrapó con la vista fija en su pecho, se sonrojó y ocultó su pequeña sonrisa con su mano. Mia sonrió de lado ante eso y fijó su vista en la grande mano de Bruno adornada con anillos.

- Te ves tan... bien.- dijo Mia tras elegir una de las miles palabras que cruzaron con velocidad en su cabeza.

-G-Gracias, tú más. - dijo bajito.

No mentía, sus ojos no podían despegarse de la pelinegra, mucho menos cuando sonreía de lado y lo observaba con una profundidad en los ojos que lo ponía nervioso. Bruno nunca lo dijo, pero le encantaba cómo le quedaban las chaquetas a la pelinegra, la hacía ver tan intimidante y tan atractiva que los pensamientos que cruzaban por su mente lo terminaban obligando a apartar la vista sonrojado. Le gustaba la confianza y seguridad que emanaba la chica, y a esta le fascinaba la timidez y dulzura del de rizos, por ello nunca podía evitar lanzarle algún halago, porque era tan lindo con sus mejillas rosadas y sus ojos brillosos. Simplemente no podía entender cómo es que la gente hablaba cosas horribles del joven.

Luego de un largo rato de silencio cómodo en el que ambos se admiraban con una sonrisa en el rostro, llegó la comida. Bruno había reído por lo bajo cuando la castaña manchaba su cara con salsa, Mia se sonrojaba y se limpiaba con una sonrisa divertida, con cuidado de no arruinarse el maquillaje.

- Camilo me pidió que te diera esto. - dijo Bruno, extendiendo un papel.

Mia dejó de tomar agua y lo tomó con una sonrisa, lo desdobló y se encontró con un dibujo, conectó miradas con Bruno quien le devolvió la sonrisa. El joven estiró la mano y señaló una figura.

- Dijo que este de aquí, soy yo, hasta hizo mis ojos verdes - rieron con ternura -, este de aquí es él - sonrió enternecido, y corrió el dedo hacia cuatro figuras pequeñas junto a la del niño -, estas son Mirabel, la hizo con sus lentes torcidos y cuernitos, es un niño malvado - rieron -, a Dolores le dibujó estas orejas grandes, a Isabela con cuernitos y cola, y también a Luisa, pero a Luisa la hizo con caritas felices a su alrededor - rieron enternecidos, Mia miraba el dibujo con todo el cariño del mundo, Bruno rió nervioso señalando una última figura -, y... esta de aquí eres tú, nos hizo tomados de la mano y con corazones.

Mia lo observó con ternura cuando nuevamente se sonrojó, no pudo resistir la tentación de acariciarle el rostro, causando que el contrario suspire y cierre los ojos. Y nuevamente estaba ahí esa sensación de que algo quería salir de su pecho, provocando que su sonrisa se ensanche aún más. Intentaba reprimirla sin éxito pues temía verse como una psicópata, pero a la gente de las mesas de su alrededor le parecía enternecedora la escena, pero hubo algún que otro envidioso que rodó los ojos.

Luego volvió a observar al dibujo, riendo bajito por las caras malvadas que les había hecho a Mira' y su hermana Luisa, y las grandes orejas de Dolores, siendo del doble del tamaño de su cabeza, Mia rió ante esto. Ese niño era tan malvado para ser tan pequeño.

El hecho de pensar en Camilo haciéndole un dibujo a ella, pedirle a su tío que se lo llevara y que Bruno lo guardara con cuidado en su bolsillo le enternecía de sobre manera.

- Cuando lo vea le voy a agradecer, aw mi niño, qué bonito que dibuja.

Bruno la observó sintiendo un calorcito instalarse en su pecho cuando la joven con una sonrisa dobló el dibujo con cuidado y lo guardó en el bolsillo de su chaqueta.

Pagaron entre los dos la cuenta y salieron del restaurante, caminando hasta la plaza central charlando sobre las travesuras de sus sobrinos y cuánto estos le habían encargado a Bruno decirle a la chica que fuera con ellos a la casa a jugar, causando que Mia riera por lo bajo con ternura cuando mencionó que más de una vez Camilo y Mirabel habían llorado cuando la chica se retiraba de su casa. Bruno hablaba con amor de sus pequeños sobrinos y Mia lo observaba con ternura, nunca se cansaría de ver las chispas que salían del joven cuando este hablaba de sus sobrinos.

Terminaron junto a un puesto de helados y la joven compró uno de chocolate para ella y uno de vainilla para Bruno, quien quería pagarle el suyo y ella negaba restándole importancia al pequeño gasto, peleaban en broma volviendo lentamente a la casa de Mia.

- Cuando me mostraste la visión y me vi de anciana, no sé, me dio miedo. - soltó Mia luego de un rato en silencio, sonreía de lado recordando lo que pasó ese día.

- ¿Miedo? ¿Por qué? - preguntó Bruno lamiendo su helado mientras la miraba con atención.

- La idea de envejecer siempre me dio miedo, no quiero vivir por siempre, pero quiero seguir siendo joven ¿sabes? Me... costó mucho aceptar mi físico... la idea de volver a batallar contra mi misma otra vez es... no sé, capaz te parezca tonto. - dijo, comiendo un poco de su helado.

Bruno negó - No, no, está bien temerle a envejecer. Pensarme a mí teniendo arrugas por todas partes, me da escalofríos. - rió.

Mia le sonrió - Seguro vas a seguir siendo lindo, no tenes de qué preocuparte.

Mia lamió su helado viendo con atención cómo Bruno se sonrojaba y soltaba con timidez un "¿qué dices?" bajito.

- También me aterra que los años se lleven con ellos personas especiales para mí. - dijo viéndolo fijamente, intentando que captara lo que dijo.

Rió bajito cuando ladeó la cabeza en confusión, así que, con su mano libre, tomó la mano libre de Bruno, acariciando con su pulgar la mano del contrario. Quien soltó un "oh" bajito cuando comprendió. Mia recibió un tirón en su mano y un cálido beso en su mejilla, sonriendo cuando sintió el contacto.

Cuando se alejó Mia tiró de su mano, le dio un beso en la mejilla a un atónito Bruno y acercó sus labios a su oreja, notando la piel de gallina del contrario. - Tan bonito, mi Bruno.

Tímido • Bruno MadrigalWhere stories live. Discover now