UNA MIRADA DE AMOR

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–   Te extrañaré mucho – dijo casi llorando colgada del cuello de Holden, beso su mejilla, este limpio las lágrimas del bello rostro de Sophia.

–  Y yo a ti, mocosa.

Sophia golpeo el brazo de Holden con la poca fuerza que tenía.

_ Tonto.

la condesa sonreía al ver a la pequeña Sophia peleando con Holden hasta en el día de la partida de éste al colegio.

–  Vamos niños, debemos partir- todos subieron al carruaje, partirían a Francia, donde Michelle de trece estudiaría en  el colegio de señoritas, y Michael de catorce al igual que Holden de dieciséis entrarían al colegio de varones.

– Cuídate mi niña- dijo la condesa tomando por las mejillas a Sophia, esta asintió –  Estudia mucho para que seas una señorita inteligente.

–  Si mi lady – dijo haciendo una reverencia.

Holden contemplaba a Sophia a través de la ventana del carruaje.

Vigorosa agitaba su mano despidiendo a los condes y sus hijos.

Corrió hasta salir al camino, solo alcanzaba a ver la nube de polvo que el carruaje dejaba tras su partida.

Llorando regreso a su madre quién la abrazó.

– No llores mi niña, tres años se pasan volando.

Regresaron a su casa, no saldría más en muchos días.

Sophia se dedicaba a ayudarle a su madre en las labores del hogar, regaba las plantas, echaba maíz a las gallinas, lavaba, limpiaba los pisos y demás menesteres. Los domingos asistía a misa y ayudaba con el catecismo, en esos tres años fue ayudante de costura, en el pueblo con madame Constance, con quien aprendió a confeccionar hermosos vestidos.

Así fueron pasando los años hasta que llegó el día en que los condes regresarían Ashburg.

Estaba sentada debajo del frondoso sauce, cuando vio ingresar el carruaje que traía de nuevo a la familia; se levantó de su lugar y corrió hacia la puerta de servicio, ingreso por esta y observó como todos los sirvientes hacían fila para darle la bienvenida a sus amos. Su madre y padre también estaban aguardando.

Su respiración era agitada, sus manos sudaban miro su vestido y aliso su falda, corrió al recibidor, dónde había un espejo y miro que su peinado estuviera bien. Regreso a la cocina.

– Ha vuelto – dijo nerviosa.

El primer carruaje aparco frente a la mansión, de él bajo el conde y la condesa.

Del segundo bajaron Michael, el cual tenía diecisiete años, observó al joven de ojos verdes, el cual era todo un hombrecito.

Este tendió su mano y ayudo a bajar a una joven de cabellos largos hasta sus caderas y ojos verdes.

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