5 | La chica de la biblioteca

50 8 7
                                    


♫ Heal ― Tom Odell ♫

Diablo

―Mamá, ¡ya estoy en casa! ―exclamo desde el umbral de la puerta.

Nadie responde, así que imagino que se ha quedado dormida en el sofá mientras ve una película. Hoy es jueves, aunque en esta casa todos los días son iguales. Grises, aburridos y tristes.

Demasiado tristes.

Cuando Quinn ha hablado con su madre por teléfono, me ha dado envidia. Sí. No porque mamá sea una mala madre; ella... Hace lo que puede. Y yo lo sé. No la culpo. No después de lo que pasó. Aún está recomponiendo sus pedazos, igual que yo, pero cada uno lo hace a su manera.

Yo vuelco todos mis sentimientos y la rabia más intensa en mi música. Me fundo con ella en un baile de lo más interesante. Le susurro al oído todo lo que duele en mi corazón y, de alguna forma, lo libero para poder seguir avanzando.

Sangro palabras en letras que no llegan a ninguna parte y sueño con que algún día llegarán bien lejos.

Mamá no puede hacer lo mismo. No sueña, no come; apenas camina. Su vida depende de las pastillas que le recetan porque, sin ellas, y sin mí, no sé cómo sobreviviría.

Me entristece pensar que el mundo se olvidaría de ella, igual que pasó con Oliver. Un día estás aquí y al día siguiente... Quién sabe.

Es injusto. Mucho.

En cambio, Quinn Hart llegará hoy a casa y tendrá un plato caliente esperándola. Seguro que su madre despertará de su sueño y la arropará con una manta cálida; casi puedo imaginarlo en mi mente y sentirlo en mi propia piel.

Y es que cuidar de una madre cuando no es el papel que te toca, a veces es agotador. Pero no puedo quejarme: por lo menos nos tenemos el uno al otro.

Ay, Quinn Hart... Qué chica más interesante. Cuando la he visto por primera vez no me ha esperaba así, tan... ¿intensa? La he visto escondida tras los libros, pese a que es difícil ocultar ese color de pelo tan llamativo; parecía muy concentrada en lo que más ama en el mundo y me ha recordado a mí cuando compongo. O cuando canto en el local.

Me evaporo en esos pequeños momentos de paz; el mundo deja de parecerme tan hostil. Es como si de repente todo mejorase y pudiese ver colores en la oscuridad.

Me ha ocurrido algo similar cuando hemos intercambiado miradas por primera vez. Puedo mentir a cualquiera, pero no a mí.

¿Sabes cuando te das cuenta de que alguien podría cambiar tu vida, de alguna forma, incluso aunque aún no tengas claro cómo? Pues esta noche tengo mucho que pensar, porque he sentido algo extraño.

¿La volveré a ver? Ha dicho que vive cerca, así que puede que la encuentre paseando por el vecindario. Tampoco es que me interese demasiado. No tengo ganas de acostarme con ella, aunque no estoy seguro de si le diría que no si estuviese dispuesta. Sin embargo, no es eso lo que me ocurre; mi interés va un poco más allá.

Me intriga y, por eso mismo, me gustaría que aceptase la invitación de venir a verme cantar. Por un lado, preferiría que nuestros caminos no volviesen a cruzarse y, en cambio, acabo de despedirme de ella, que además es una desconocida para mí, y ya estoy pensando en si volveré a verla o no.

¿Qué narices me pasa? Yo no soy así.

Soy mucho más frío que esto.

Una pelirroja con pecas no va a cambiarme en una sola noche. ¿O sí?

«Estoy desvariando otra vez», me regaño.

Me quito la cazadora y la poso con cuidado sobre la silla de la cocina. Ni siquiera me calzo las pantuflas, sino que me dirijo a la sala para ver si mamá está bien y, ya de paso, ofrecerle mi ayuda para ir hasta la cama.

Siempre, DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora