11 | Un lugar seguro

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♫ Mercy ― Shawn Mendes ♫

Diablo

Está aquí.

El Inferno está lleno de gente. Estoy casi seguro que hemos hecho un pleno tras dar un repaso a la sala en tan solo un vistazo. A pesar del barullo y de los focos, y entre todas las personas que hay en este local a la espera de que cante algo, yo solo la veo a ella.

Y eso me pone muy nervioso.

No debería.

¿Por qué no puedo apartar los ojos de la pelirroja? ¿Qué tiene, que me engancha tanto que no puedo remediarlo?

Y, sobre todo, ¿qué hace aquí? ¿Ha sido casualidad o me ha estado buscando?

Quinn también me ha visto y parece haberse quedado totalmente petrificada. Lo sé porque tiene los labios ligeramente entreabiertos y, cuando su amiga agita su brazo tras agarrarla de la muñeca, ni se inmuta. Solo me mira sin llegar a comprender lo que está pasando, como si no fuese capaz de ubicarme en este lugar.

Se nota que me recuerda bien y eso me hace sonreír como un tonto.

«Di algo, tío, o la gente se va a empezar a impacientar», me recuerdo. Es como si escuchase la voz de Ross en mi cabeza. Tal vez pasemos demasiado tiempo juntos.

En un mundo en el que todo se consume con la máxima rapidez posible, uno que gira a toda velocidad sin opción de echar el freno, no puedes hacer esperar.

Por suerte, aún puedo permitirme la pequeña licencia de hacerme de rogar durante unos instantes. Como no me salen las palabras en este momento, me giro hacia los técnicos de sonido y doy el visto bueno con la cabeza para que la música empiece a sonar al mismo tiempo que me coloco la guitarra y la siento junto a mi pecho, como si fuese una extensión de mí mismo.

Voy a hacer lo que mejor se me da en el mundo: cantar.

Para eso estoy aquí esta noche.

Y quiero que ella me escuche. Demostrarle que no me equivocaba cuando le dije que disfrutaría de uno de mis conciertos. Quiero que lo reconozca, que salga de su boca.

Agarro el micrófono y lo llevo a mis labios.

La música comienza a llenar el lugar. Primero, se escucha un suave teclado de fondo. Después, respiro hondo y acaricio la guitarra con cariño, de la mejor forma que sé. Con la creciente intensidad de la música, puedo sentir ese calor tan característico y excitante en el estómago. Es el cosquilleo que indica que algo maravilloso está a punto de ocurrir.

Estoy listo.

Comienzo con la letra, que conozco de memoria porque la he cantado mil veces, tanto en público como en la soledad de mi habitación. Forma parte de las más especiales para mí porque fue una de las primeras que compuse.

Una de las que tuve la suerte de poder enseñarle a Oliver y ver su carita de ilusión mientras escuchaba.

¿Cuánto tiempo hace falta para superar la muerte de un hermano? ¿Cuánto? Porque pasan los años y yo sigo arrastrando el peso de su recuerdo. Mis rodillas flaquean cuando pienso en él y en todo lo que se ha perdido; lo que jamás recuperará. Pienso en los besos que le quedaron por dar, las noches en vilo, las buenas noticias que jamás lo alcanzarán.

«Ojalá estuvieras aquí, Oli. Te encantaría todo esto. Lo sé», pienso.

Me llevo la mano al corazón. Ese maldito dolor otra vez atravesándome el pecho. Me cuesta un poco respirar porque la opresión es fuerte. Sin embargo, hago caso omiso y trato de seguir cantando.

Siempre, DiabloWhere stories live. Discover now