Capítulo 1: Mírame, ChiFeng-Zun

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Nie MingJue tiene un problema.

Más de uno en realidad, y ninguno es precisamente pequeño. Tampoco tiene forma humana de enfrentarse a ello, porque en el mundo del cultivo no hay ni un alma que no sepa que la desviación de qi es incurable, y él, que ha convivido con ese riesgo toda su vida, no es la excepción. Una vez entras, la única manera de salir es muriendo. Antes o después, poco importa, no hay salida. Y —otra cosa que todo aquel que se autoproclame cultivador o que tenga un núcleo dorado funcional sabe— cualquiera que cultive con un sable corre el gran riesgo de acabar abocado a la desviación de qi. Con muchas más papeletas que cualquier otro, y eso que puede que los únicos inmunes a la posibilidad de morir en mitad de un espantoso ataque de rabia sean los miembros de Gusu Lan. Pero eso da igual. No ha existido ni existe ni existirá cura alguna, como tampoco hay manera de evitarlo. Por mucho que Nie HuaiSang intente buscar una salida alternativa a su muerte, Nie MingJue está condenado. Lo sabe. Lo sabe y no le importa. Está bien con eso, lo ha aceptado, de verdad.

No. Claro que no.

Lo que sin duda no ha aceptado ni se ha planteado siquiera es morir así. Es patético, triste, denigrante... El gran ChiFeng-Zun, héroe de guerra, terror de los perros Wen... y su desviación de qi se adelanta por culpa de la herida de un maldito cadáver feroz. ¡Y ni siquiera uno peligroso! No el General Fantasma ni ninguno de esos engendros sedientos de sangre creados por Wei WuXian, no. ¡Solo un cadáver feroz de a pie! ¡Uno de esos de los que cualquier hombre al que le funcionen las dos piernas y el cerebro podría escapar! ¿Cuándo ha caído tan bajo?

Da igual. En cualquier caso, ya está condenado. Va a morir. Va a morir por culpa de su desviación de qi en una maldita caza nocturna en la frontera con Yunmeng Jiang. Perfecto, le dejará un cadáver caliente a Jiang WanYin. Como si el chico no tuviera ya suficientes problemas con Jin GuangShan intentando robarle la custodia de su sobrino y su secta a medio reconstruir. Y ahora, uno más. Nada más y nada menos que ChiFeng-Zun muerto en sus territorios. Si tuviera tiempo —o le funcionasen las manos— le escribiría un pequeño testamento para dejar claro que ningún cultivador Jiang ha tenido nada que ver con esto.

Solo espera que HuaiSang no se lo tenga muy en cuenta a su antiguo amigo. No le gustaría introducir aún más tensiones entre sectas. Ya bastante difícil lo tienen en Yunmeng Jiang después del asalto a los Túmulos Funerarios y las muertes consecutivas de Jiang YanLi y Wei WuXian.

Nie MingJue tose sangre y se tambalea. Lleva un buen rato dando tumbos por un bosque de árboles caducifolios que no sabe reconocer, porque la botánica nunca ha sido su asignatura favorita entre las impartidas por Lan QiRen. La geografía... tampoco; la aplicada al campo de batalla como mucho. No sabe muy bien dónde está ni por qué, solo que ve borroso, está mareado y vomitará de un momento a otro. Puede que vomite algún órgano interno... O puede que solo se muera de una maldita vez, cosa que ahora le parece hasta tentador.

Hay una oleada de energía, una especie de tsunami espiritual. Emana de su núcleo dorado, como si estuviera estallando, y recorre a toda potencia y toda velocidad sus caminos espirituales. Es tan fuerte y tan brusca que amenaza con romperlos, una explosión interna que le hace caer de rodillas, postrado en el barro. Se rompe, siente que sus huesos se quiebran bajo el influjo de una corriente de energía que sobrepasa los conductos creados para contenerla. Está sangrando por todas partes. La nariz, los ojos, los oídos, la boca, la herida en un costado que le hizo ese maldito cadáver feroz... Y tan solo es un roce, nada profundo. Poco más que un corte. Pero un corte emponzoñado e infectado con la roña del cadáver feroz, con la cantidad justa de energía resentida necesaria para hacer explotar su núcleo.

Finalmente, vomita. El mundo arde, lleno de puntos rojos y negros que se difuminan en los bordes de su visión. No ve figuras raras, solo un manchurrón carmesí en el suelo, un charco que ha manchado sus túnicas y barro, mucho barro. Sabe que parte de la culpa la tiene la desviación de qi, pero siente como el barro viscoso se expande por su cuerpo, por encima y por debajo de sus túnicas. Se desliza húmedo, como tentáculos de gelatina, por debajo incluso de su piel. Le ahoga. Le abrasa. Y, en realidad, no hay nada. Es consciente de que no hay nada más allá de la energía espiritual que su núcleo continúa bombeando —seguirá haciéndolo hasta que lo mate—, pero no puede evitar jadear, asqueado.

Clarity Bell [MingCheng] [Mo Dao Zu Shi fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora