Capítulo 2: Es por tu bien, Da-ge

1.8K 309 103
                                    

Una semana antes...

Tras esa misma caza nocturna, justo al amanecer, Nie MingJue llega de vuelta al Reino Impuro, renqueando, cojo, apestando, con una herida en el costado y las túnicas manchadas de sangre, barro y vómito. Es el digno aspecto de un perfecto líder de secta, desde luego. Sus antepasados están orgullosos de él.

Seguro.

Vuelve, sin embargo, vivo, y eso le parece suficiente para estar orgulloso de sí mismo dadas las circunstancias. Vuelve con una sonrisa en los labios. Los primeros rayos de sol del amanecer le bañan el rostro y le parecen algo maravilloso. La luz está llena de nuevos colores, mucho más bellos de los que ha visto hasta el momento. Y, sin embargo, ninguno de esos le parece tan hermoso como el tono único e indescriptible de los ojos de Jiang WanYin.

Pero aprecia el intento del sol, de las montañas y de su tierra —su región, sus dominios, su mundo— por mostrarle algo nuevo, porque lo está viendo. Está viendo esa cosa nueva, esa belleza que nunca antes había contemplado ni apreciado, esa vida a su alrededor. Solo se da cuenta ahora de lo ciego que ha estado todo este tiempo por enfocarse demasiado en el cultivo, en el sable, en la venganza intoxicada por el espíritu de Baxia.

Aterriza en las escaleras principales del Reino Impuro y Baxia cae al suelo. Nie MingJue nunca baja la mirada hacia su sable. Siente que no puede mirarlo, no le quedan fuerzas ni ganas para eso. En su lugar, después de deleitarse con su nuevo descubrimiento del amanecer, no logra apartar la vista del cascabel de plata que reposa en su palma. No ha dejado de sonar ni un segundo desde que Jiang WanYin se lo entregó, llenando sus oídos de esa musicalidad curativa que tanto bien le hace a su alma. No se ha sentido tan tranquilo en semanas, y ahora solo podrá asociar ese sentimiento a los grabados de lotos que acaricia sin pausa con el pulgar. Qué pequeña le parece esa campana de claridad, qué delicada y qué frágil. Aunque entre los dedos de Jiang WanYin la vio amplia, del tamaño apropiado para colgar de su cadera y de su cintura. Y ahora le resulta diminuta. Si aprieta el puño, podría romperla.

No, no puede. La ha apretado con toda la fuerza que le queda en el cuerpo durante todo el viaje de vuelta a casa para mantenerse cuerdo, y está intacta. No sabe muy bien si es una burla a su supuesta fuerza o un bálsamo. Un alivio. Por fin existe algo que ni siquiera el despiadado ChiFeng-Zun puede romper.

Nie MingJue no sabe durante cuánto tiempo ha estado ahí, mirando al sol salir y teñir de dorado, rojo y celeste todos los campos y ciudades que se pueden contemplar desde las alturas del Reino Impuro. Qinghe Nie se extiende ante él, impío, vasto e inabarcable. Cuando alza otra vez la mirada hacia los campos de arroz, los bosques, y las extensiones de tejados y viviendas, se le corta la respiración al pensar en cuánta gente depende de él y de su secta. Durante un instante, los colores son demasiado intensos y le marean. Cuando siente que su qi estalla de nuevo, la campana de claridad suena en su palma, apagando ese incendio.

Tan solo un segundo después, los centinelas recién llegados del cambio de guardia —sus cultivadores, sus discípulos— están allí. Y con ellos, su hermano pequeño, recién levantado, con el pelo revuelto y los ojos rojos. Nunca ha visto a Nie HuaiSang así, tan preocupado (y casi colérico) pero, de nuevo, hay muchas cosas que está viendo por primera vez esta mañana. Lo que le hace preocuparse de verdad, de todas formas, lo detecta entre los puños cerrados de su hermanito, temblorosos, pálidos y débiles solo en apariencia. Uno de sus fieles abanicos, el primero que consiguió agarrar nada más salir de su cuarto, está roto en sus manos, quebrado y astillado.

-¡Da-ge!

Apenas un segundo después, tiene a Nie HuaiSang encima, revisándolo a toda prisa para comprobar si está herido y en qué grado de gravedad. Ha tirado el abanico roto por los aires —que casualmente ha caído al lado de Baxia, y ninguno de los dos hermanos tiene ni el más mínimo interés en recuperar esos ítems tan emblemáticos— y no le importa mancharse de barro ni de ninguno de los restos todavía humedecidos que hay en sus túnicas. El trino de la campana de claridad lo escuchan ambos, porque ambos necesitan esa paz en su alma, aunque HuaiSang apenas la procesa como tal. No entiende lo que su hermano sujeta con tanto ahínco hasta que no vislumbra la borla violeta que se le escapa entre los dedos, pero es el menor de sus problemas.

Clarity Bell [MingCheng] [Mo Dao Zu Shi fanfic]Where stories live. Discover now