Prólogo

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🍀La Suerte Está Echada

Windsor, diciembre de 1263.

Los guardias de la puerta y los criados que cogieron su caballo y pusieron a sus hombres a resguardo de la lluvia se mostraron bastante corteses. El paje de doce años que lo guió por los mal iluminados corredores iba malhumorado, sin duda irritado de que un simple mercader molestara a lord Haruka, y a él, a una hora tan inoportuna, y en esa noche lluviosa.

Darien Shields le miró la cara enfurruñada cuando el niño abrió la puerta y se hizo a un lado para que pasara. Normalmente no hacía caso de las pretensiones de aquellos que habían sido educados para creerse superiores a cualquiera que no fuera de su alcurnia, pero esa noche estaba cansado, tenía frío y hambre; la comida de mediodía ya sólo era un recuerdo lejano en el pasado. No le quedaba paciencia para los tontos, y mucho menos para los jóvenes y de buena crianza.

-Tráeme vino -le dijo secamente por encima del hombro, acercándose a largas zancadas al hogar-. Y envía a alguien a la cocina para que me traiga pan y un poco de carne para comer.

Dicho eso, se giró, se echó hacia atrás la capa y se quitó lentamente los guantes, que había logrado mantener protegidos del aguanieve bajo la que había cabalgado las tres últimas horas. Tal vez la luz de las llamas revelaron algo de la excelente calidad de su ropa y las joyas incrustadas en la empuñadura de su espada, o quizá simplemente fue su arrogante indiferencia ante un hijo de noble lo que hizo detenerse al niño en la puerta con los ojos muy abiertos.

-Comida caliente, si puede ser -añadió Darien , entornando los ojos.

El niño se amilanó ante esa glacial mirada, que Darien ya había empleado antes eficazmente con adversarios mucho más terribles.

Hizo una venia, muy leve pero más acentuada que la que correspondía a un mercader por parte del paje personal de lord Haruka.

-Informaré a milord de vuestra llegada-dijo el niño y se retiró sin olvidar dejar cerrada la puerta.

Eso no le garantizaba ni comida ni vino, pensó Darien, pero era algo. Dejó los guantes húmedos sobre la mesa, extendió su capa sobre una banqueta situada a un lado Delante hogar, se acercó al fuego, extendiendo los brazos para calentarse las manos. Cuando le salía vapor de toda la parte delantera, se giró para calentarse la espalda.

El calor era agradable y peligrosamente seductor. Una vez que terminara su entrevista con Haruka, tendría que volver a salir a la tormenta, pese a su tremendo agotamiento.

Ante la idea de la penosa cabalgada que le aguardaba, por el lodo y la torrencial lluvia, encorvó los hombros y enlazó las manos a la espalda, mirando enfadado las paredes de piedra gris de la sala. A la parpadeante luz dorada rojiza de las llamas, tuvo la impresión de que las paredes lo miraban lúgubremente, como ojos rojos de demonios aparecido, allí para burlarse de sus ambiciones. Y ahí, en el rincón...

Darien se sobresaltó y agitó la cabeza para librarse de la ilusión. No era Setsuna-, quien lo miraba desde el rincón más oscuro de la sala; no era su hermosa Setsuna, muerta en la cama de parto ya hacía doce largos años. Pese a sus pecados contra ella, pese a los planes que tenía en esos momentos, ella no le desearía ningún mal ni se le aparecería así, tan enfadada y acusadora. Y sin embargo...

Mascullando una maldición, se volvió hacia el fuego del hogar, pero incluso concentrando la atención en las llamas no dejó de notar las paredes a su espalda, las piedras que, a semejanza de muchos ojos, lo observaban, como a la espera.

Era su cansancio el que lo hacía imaginarse cosas, se dijo; el cansancio, el hambre y el residuo de los sueños atormentados que habían perturbado su sueño y acosado en sus horas de vigilia durante esas dos últimas semanas. Setsuna se le aparecía en los sueños, pero siempre que intentaba comprenderlos se desvanecían, quedando fuera de su alcance, insustanciales como la niebla fría del río en una noche sin luna, e igualmente escalofriantes para el alma.

La Novia VendidaWhere stories live. Discover now