Bendicion...

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Para Darien la misa durante la boda transcurrió en medio de una niebla gris, como algo visto y oído vagamente desde la distancia. Sabía dónde estaba y qué estaba haciendo, pero su mente insistía en atormentarlo con los recuerdos de otra esposa.

Recordaba el día en que conoció a Setsuna con tanta claridad como si hubiera sido el día anterior.

Era un niño de diez años, de rodillas protuberantes, e iba muy asustado mientras su padre lo llevaba por las calles de Londres para presentarlo a James Tomoe, concejal y maestro mercader. El señor Tomoe no tenía hijos varones y necesitaba un aprendiz prometedor que lo ayudara en su trabajo de comprar y vender las suntuosas telas que ansiaban los ricos. Su padre había accedido a pagar la elevada tarifa para ponerlo de aprendiz de ese mercader tan distinguido, pero el acuerdo dependía de que a él lo consideran digno de ese elevado puesto. El señor Tomoe había exigido una entrevista para tomar una decisión, y a esa entrevista lo llevaba su padre.

Esa mañana él se lavó la cara hasta dejársela ardiendo, se peinó tres veces, se ató y reató las medias, y después vomitó calladamente todo el desayuno en el callejón de atrás de la casa de su padre.

Trató de presentar una fachada valiente mientras seguía a su padre por las calles de Londres, trató de parecer inteligente, listo y digno de confianza cuando hizo su venia ante el anciano de nariz corva que estaba sentado junto al hogar envuelto en una capa forrada en piel.

Fracasó rotundamente en ambas cosas. No lo ayudó mucho que su padre fuera severo y no exageradamente elogioso al hablar de su único hijo, diciendo que era muy trabajador y honrado y bastante listo en sus estudios, pero tenía una cierta exagerada inclinación a pasar obstinadamente por alto las reglas, y poseía una lamentable proclividad a pasar el tiempo vagando por los muelles o merodeando por Newgate mirando los cepos y las horcas, en lugar de trabajar en su latín y números.

Mirando en retrospectiva, Darien estaba seguro de que ese día su padre estaba tan nervioso como él, deseoso de asegurar el futuro de su amado hijo, pero no quería parecer demasiado lisonjero ni indulgente. Pero en esos momentos él se encogió en sus zapatos nuevos y deseó estar en cualquier otra parte, de preferencia muerto, o incluso atado a una de esas humillantes horcas de Newgate. Cualquier cosa, con tal de no oír sus transgresiones relatadas a un desconocido.

El señor Tomoe se inclinó hacia él, sus ojos negros y saltones como los de un halcón, la nariz corva temblorosa, y le ordenó que avanzara un paso para mirarlo más de cerca. No le quedaba nada en el estómago, pero sintió removerse desagradablemente sus tripas, y lo aterró a idea de que podría cagarse ahí mismo delante de Dios y del señor Tomoe.

Entonces fue cuando entró Setsuna, de ocho años, en la sala.

Fue como si hubiera irrumpido el sol en medio de la sala, o la Santa Virgen se hubiera aparecido sobre el altar en medio de la misa. Él la miró con la boca abierta, el mayordomo de cara avinagrada que estaba detrás del sillón de su amo sonrió y en un instante el señor Tomoe se transformó, de una voraz ave de presa en una satisfecha paloma arrullando a los pies de una santa.

Setsuna corrió a ponerse al lado de su padre, indiferente al niño boquiabierto que la contemplaba con la admiración de un campesino que tiene el privilegio de mirar a la reina.

No recordaba qué favor iba a pedir la niña a su padre, pero es igual. Lo que fuera que deseara lo obtenía, siempre. Si hubiera pedido la luna, seguro que su padre habría encontrado la manera de bajarla, ponerla segura en una caja fuerte, toda para ella.

Una vez obtenido el favor, Setsuna dio las gracias a su padre y se volvió a mirar al niño que la contemplaba con adoración boquiabierta.

-¿Quién eres? -le preguntó, con sus ojos castaños muy abiertos e inocentes, su voz más dulce que las campanas más cristalinas.

La Novia VendidaTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang