Treguas A Regañadientes.

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Londres, mayo de 1264.

Una pieza de sarga romana de... mmm... cuarenta codos. Helios midió la tela de codo a muñeca con la eficiencia que solamente da una larga práctica, después con igual pericia volvió a enrollarla y la devolvió al arcón de cuero que tenía abierto a sus pies. Se enderezó, gimió y se enterró los nudillos en la espalda a la altura de los riñones.

-Este es el arcón número catorce que hemos inventariado esta mañana-dijo-. ¿Cuántos queréis tarjar?

Darien frunció el ceño mirando el pergamino de cuentas que tenía abierto sobre la mesa, e hizo una marca en una de las tarjas que había ensartadas en la cuerda que sostenía en la mano.

-Todos. Helios miró los arcones que había detrás de él.

-¿Todos?

Darien levantó la cabeza y lo miró con expresión desaprobadora.

-¿Tenías otros planes para la mañana?

Helios titubeó un momento y luego negó con la cabeza.

-No, si vos no.

-Estupendo. -Darien volvió la atención al pergamino de cuentas-. ¿Cuál es la siguiente pieza entonces?

-Otra de sarga romana. -El aprendiz quitó el paño protector del rollo de tela, lo desenrolló de un tirón y lo midió rápidamente-. Cuarenta y uno, no, cuarenta y dos codos,

-No hay ninguna pieza de ese largo anotada en la lista. Ninguna de cuarenta y uno tampoco. Vuelve a medirla.

Con expresión de amargura, Helios volvió a medirla, con más cuidado esta vez.

-Cuarenta codos, igual que la anterior.

Darien hizo otra marca en la tarja con muescas.

-¿Y la siguiente?

Helios cogió otro rollo, lo desenrolló y empezó a medirlo, pero al primer codo, soltó una maldición y lo dejó caer sobre la mesa.

-¡No lo mediré! Esto es demasiado. ¡Demasiado! Una tarea tras otra y ya me duele la cabeza, tengo la espalda tiesa y se me quejan todos los huesos y músculos del cuerpo. Bien podría ser el aprendiz del señor Milton, por toda la alegría que encuentro en el trabajo estos días. ¡Y no soy el único!

Con una exquisita calma, Darien depositó tranquilamente la pluma sobre la mesa y respondió a la mirada furiosa de su aprendiz con ojos glaciales.

-Si encuentras que el trabajo no es de tu gusto, siéntete libre para buscarte otro maestro.

-¡Por el amor de Dios, señor Shields! Siempre habéis sido bueno y justo, pero estos últimos días no hay ni pizca de bondad ni justicia en nada. Nos lleváis como a un rebaño, nos miráis furioso como si fuéramos gusanos de la harina, y casi no decís ni una palabra que no sea afilada como un cuchillo e igualmente hiriente.

Darien apretó las mandíbulas.

-A nadie se le retiene aquí en contra de su voluntad.

-No, y no hay nadie que no esté dispuesto a seguiros hasta que el infierno se hiele, pero todos estamos condenadamente agua deseosos de veros bien encamado de nuevo, antes que nos hagáis volar las cabezas a todos y no quede nadie para serviros.

-¿Qué?

Helios se enderezó, como preparándose para un puñetazo.

-No son las mercancías almacenadas en Dover y Rye las que os tienen inquieto, ni ninguna de las otras cosas que preocupan al resto de los mercaderes de Londres. Estáis furioso porque ya no compartís la cama de milady, y descargáis la rabia con nosotros.

La Novia VendidaWhere stories live. Discover now