Sombras En La Capilla.

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¡Por los dientes de Cristo, que casa más ruinosa! -exclamó el corpulento Nephrite Townsend, poniendo su yegua igualmente corpulenta junto al caballo gris de Darien mientras pasaban por la ancha puerta-. Deberías haberme enviado a mí a negociar con Fitzwarren en lugar de ese sacerdote tonto. Yo habría obtenido a la muchacha por la mitad de lo que pagaste por ella, y conseguido una mejor dote también.

Darien miró a su amigo y sonrió, pero no era una sonrisa agradable.

-Sin duda, pero Colmaine no quería ningún trato con un mercader, Nephrite, con ninguno.

-Estuvo dispuesto a venderle su hija a uno -dijo Nephrite. Ante el silencio de Darien añadió con los dientes apretados-: Ese cura es un estúpido, Darien.

-Pero de cuna noble.

-Entonces dos veces estúpido, por pensar que obtendría más ganancia de Colmaine que del plebeyo que le pagó.

Darien se encogió de hombros, pero no pudo evitar hacer una mueca de repugnancia al pasar junto a un montón de paja y estiércol de los establos, de la altura de sus hombros.

-Te digo, Nephrite, que si yo fuera Colmaine hace tiempo que habría arrojado al pozo negro a mi administrador. He visto vaquería más limpias que esto.

-¡Y dormido en ellas también!

Eso hizo reír de verdad a Darien.

-Y contento del alojamiento.

La risa murió en sus labios cuando una muchacha sucia y desarrapada, peliverde y de ojos marrones como había sido Setsuna, se abrió paso a codazos hasta la primera fila de los mirones y estuvo a punto de meterse bajo las patas de su caballo, sobresaltándolo. El animal piafo y dio un salto hacia delante, ofendido por la presunción de la criatura. Darien lo frenó tirando de las riendas pero le temblaron tas manos. Tuvo que hacer un esfuerzo para no mirar hacia atrás, para no buscar a la muchacha entre la muchedumbre.

Setsuna estaba muerta.

Él mismo la había envuelto en la sábana. Había pasado todo un día con su noche y la mitad del otro día de rodillas junto a su féretro, con una furia y un sentimiento de culpabilidad demasiado grandes para orar, demasiado aturdido para sentir el frío suelo de piedra y el dolor de los huesos y músculos maltratados; demasiado vacío para preocuparse por algo que no fuera que estaba muerta, y que era culpa suya que hubiera muerto.

-¡Sonríe, hombre! ¡Que vas a tu boda, no a tu funeral!

El alegre consejo de Nephrite sonó como un látigo por encima del ruido de la chusma.

Darien casi pegó un salto y sin darse cuenta le enterró las espuelas al caballo; indignado, éste medio se encabritó y luego arremetió hacia los lados, dispersando a la alegre muchedumbre de campesinos boquiabiertos.

Contento por la distracción, Darien dejó que el animal descargara su desagrado y después lo condujo hacia delante, hacia la gente que esperaba al pie de la torre del homenaje y hacia la novia y su alma que había comprado por cien libras de plata.

Siempre que sir Kenji y Samuel (ahora sir Samuel) regresaban de la campaña o aventura en que hubieran estado embarcados, el patio de armas se convertía en una alborotada confusión, pero Serena no recordaba haber visto nunca una locura semejante a la de esos momentos.

Caballos, perros y personas, todos mezclados, se movían, giraban y se daban empujones entre ellos en un terrible desorden, todos demasiado nerviosos para quedarse quietos y demasiado atontados para saber qué hacer.

Sin embargo, había quietud en el centro de la muchedumbre alborotada, como el peligroso centro de un torbellino, y en medio de esa quietud estaba Darien Shields, alto y moreno, gloriosamente vestido, su inquieto caballo controlado y su cabeza tan erguida como la de un rey. El se giró, mirando a la muchedumbre hasta posar su mirada en ella.

La Novia VendidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora