La Torre De Londres.

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Serena escuchó el ruido sordo de cascos de caballos sobre un puente de madera, se oía el rascar del acero contra piedra, voces de hombres que llegaban intermitentes. Una desagradable opresión en el abdomen le dificultaba la respiración. El mundo es un lugar pequeño y doloroso, pensó.

Lentamente llegaron los recuerdos, llenos de escalofriantes lagunas. Estaba en la Torre de Londres, la fortaleza del rey Jedeite, en esos momentos en poder del conde Diamante.

Con los recuerdos llegó también una embotada conciencia: iba atravesada boca abajo sobre la cruz de un caballo; sentía la cabeza como un melón demasiado maduro a punto de reventar; le dolía todo el cuerpo y tenía revuelto el estómago. Giró la cabeza y abrió los ojos, pero volvió a cerrarlos inmediatamente, cegada por la luz de las llamas de las antorchas. Se le revolvió aún más el estómago.

Darien. El pensamiento se abrió paso a través de su malestar. ¿Dónde estaría Darien?

Más voces, una discusión. Trató de desentenderse del dolor y las náuseas para escucharlas palabras.

-El conde está en la cama, que yo sepa -dijo una voz áspera-. O eso, o está reunido con los mensajeros que llegaron hace un rato. Tendrás que esperar.

Alguien soltó una maldición. El capitán, pensó Serena, pero le pesaba demasiado la cabeza para levantarla y comprobarlo.

-Me ordenaron traer a Darien Shields.

-¿Ah, sí? -Se oyeron unos pasos lentos; arrogantes-. Shields claro, ¿pero qué es esto? , Alguien le cogió el pelo y de un tirón le levantó la cabeza para ver, la mejor. Serena no tuvo ningún problema para seguir con los ojos cerrados; el brusco movimiento le dolió tanto que temió volver a perder el. conocimiento.

-Es la mujer de Shields.

El hombre rudo se echó a reír y le soltó el pelo. Ella sintió crujir su cuello cuando la cabeza volvió a caer.

-¿No os bastó con sacarla de la cama así que también la arrastrasteis por el lodo?

Al capitán no le hizo gracia el comentario.

-Es una maldita puta de mercader entrometida, con toda su cuna de dama. Teníamos que traerla.

-Bueno, llevadlos por ese corredor; al final hay una habitación con una buena puerta y cerradura. Podéis dejarlos ahí hasta que los necesiten.

Serena oyó más voces a lo lejos, crujido de sillas de montar al desmontar los hombres, luego unos pasos sobre la piedra acercándose a ella. Entonces le cayó una mano nada respetuosa sobre el trasero, le agarró la capa y camisón y la bajó bruscamente del caballo.

Vio titilar estrellas en los párpados cerrados antes de ser tragada por la oscuridad.

Le dolía la cabeza, y tenía una vaga conciencia de otros dolores; un ardor en el hombro daba la impresión de ser una herida de cuchillo hecha años atrás, pero la cabeza... sí que le dolía.

Con un gemido, Darien se obligó a abrir los ojos. Sobre él estaba inclinada una vieja horrorosa, con el pelo revuelto como una Medusa con las serpientes enlodadas. No, eran dos viejas, una ligeramente solapada sobre la otra.

Con una exclamación de sobresalto, trató de incorporarse, y sintió explotar de dolor la cabeza, pero no antes de mirar mejor a la vieja. Se echó hacia delante cogiéndose la cabeza a dos manos.

-¡Ay, Madre de Dios! ¡Sois vos!

Serena se sentó sobre los talones y lo miró molesta.

-Si hubiera sabido que os iba a complacer tanto verme, os habría dejado llevar por los hombres de Diamante, y ya está.

La Novia VendidaHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin