Aprendizaje del oficio.

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Londres, comienzos de abril de 1264

-¿Y esta? -preguntó Darien, poniéndole delante una pieza de tela de lana de trama apretada-. ¿Cómo la hicieron y dónde? ¿Cuánto pagaríais por ella si fuerais un mercader listo? ¿Por cuánto esperaríais venderla y dónde?

Serena suspiró y se desperezó, para aliviar el dolor de espalda, y puso cara de víctima.

No le resultó difícil poner cara de víctima. Un día entero fregando suelos no podía ser más agotador que uno tratando de aprender las sutilezas de las telas bajo la exigente tutoría de Darien.

-¿Y bien? -preguntó él-. ¿Qué os parece?

-Me parece que es hora de comer-gruñó ella entre dientes.

Al ver que él no daba señales de ablandarse, se inclinó cansinamente a mirar la tela con los ojos entornados. La frotó entre el pulgar y los dedos, pasó la mano a lo largo para apreciar el tejido, la tironeó para comprobar su firmeza y la sostuvo a la luz que entraba por las ventanas abiertas para apreciar su lustre y la uniformidad del color.

-Teñida con liquen -dijo al fin, de mala gana. Esa mañana ya se había equivocado en nueve de cada diez-. Estambre de lana cruzado con mezcla de hebras de lino. Ocho chelines la pieza de unos cuarenta codos cada una. La compraría en Lincoln y podría venderla aquí, en Londres, tal vez a once chelines la pieza.

Dejó la tela en la mesa y lo miró, para ver cómo lo había hecho. El ceño de él le dijo que bastante mal.

-Es estambre de lana cruzado, sí, pero con seda, no con lino. Y está teñida con glasto francés mezclado con rubia para oscurecer el color. Pagaríais doce chelines por pieza, tal vez trece, y cobraríais una libra y cuatro peniques para cubrir el beneficio y los costes de transportes desde Douai, aunque podríais aceptar una libra y bajar aún más el precio para un buen cliente. En cuanto al largo... Liberó la tela de las otras piezas que estaban amontonadas en la mesa, y procedió a medirla rápidamente usando por unidad la distancia desde su mano al codo.

-Treinta y seis codos.

-Se acercaría más a cuarenta si usara mi brazo para medirla -alegó ella.

Él asintió y la miró más ceñudo aún.

-Y muchísimo menos si el gobierno da al codo la medida estándar de treinta y seis pulgadas, como ha pedido el gremio. Pero tenéis que estar preparada para arreglároslas con las diferencias de medida entre un mercader y otro.

-Ya lo sabía -ladró Serena. Se presionó las sienes doloridas-. No sé cómo me las arreglaba para comprar una pulgada de tela para Colmaine sin producir una bancarrota -añadió, malhumorada.

Desapareció el ceño de él y sonrió divertido.

Ella se dejó caer en el sillón de Darien, agotada. Le dolía la espalda por estar horas y horas inclinada sobre la mesa; le ardían los ojos de tanto mirar las telas de cerca, tratando de ver los matices de color, textura y urdimbre que distinguían a una tela de otra, aunque a primera vista parecieran iguales. Por encima de todo, le dolía la cabeza por el esfuerzo de aprender en una semana lo que a Darien le había llevado toda una vida dominar.

«Hay que tener cuidado con lo que se pide», solía repetirle Karmesite. Ay, si le hubiera hecho caso cuando todavía era tiempo.

Ya había pasado tres días en los almacenes de la planta baja, más oscuros y fríos, aprendiendo a reconocer las lanas crudas y sus mercados. Ya había encontrado desagradable estar encerrada entre muros, con montones de sacos de lana y todas las pieles de borrego con su vellón que él había extendido en el suelo como alfombras sucias y llenas de zarzas. En los almacenes cerrados, el hedor de las pieles aún no curtidas le había hecho doler la cabeza y la nariz, pero por lo menos supo contestar algunas de las preguntas de Darien respecto a la calidad de la lana o de las pieles. ¡Pero eso!

La Novia VendidaOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz