💞Epílogo💞 Una Nueva Vida.💞

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Londres, diciembre de 1265

-¡Por los huesos de Cristo, hombre! -exclamó Nephrite-. Siéntate, que te vas a caer. No harás ningún bien a tu mujer si te emborrachas como una cuba y luego no haces más que vomitar o caerte. El vómito irritará a Zirconia y con la caída podrías romperte el cuello, y ¿qué será de ti entonces, me gustaría saber?

Darien dejó de pasearse por la habitación y miró furibundo a su amigo. Antes que lograra formular una respuesta, un grito proveniente del otro lado de la puerta de su habitación interrumpió sus pensamientos.

Gimió como un hombre atormentado y se apresuró a coger la copa y la jarra de vino de la mesa. Le temblaba tanto la mano que se derramó vino en la túnica, ya mojada por el sudor y el vino, y manchó de rojo púrpura la estera del suelo ya manchada. Durante un momento miró fijamente el vino derramado, después dejó la jarra en la mesa con un golpe, apuró de un trago todo el vino que quedaba en la copa y se dejó caer en el sillón al lado de Nephrite.

-¿Cómo lo soportas? -le preguntó, pasándose la mano por el pelo enmarañado-. ¡Cinco hijos! Yo no sobreviviré al nacimiento de este primero, te lo juro.

-¡Cómo! -Con una sonrisa irónica, Nephrite alzó la copa a modo de brindis burlón-. Me emborracho como una cuba y ruego a Dios no romperme el cuello cuando me caiga. Pero eso no significa que tú tengas que ser igual de tonto, amigo mío. -Se encogió de hombros y sonrió como para sus adentros-. Nada de eso le hará ningún bien a ella.

Darien apoyó los codos sobre las rodillas, se cogió la cabeza dolorida entre las manos, después se frotó los ojos, que le escocían y se pasó las manos por la cara. El roce de sus palmas sobre la rasposa barba sin afeitar produjo un sonido sordo y áspero en el silencio.

Silencio. Se quedó inmóvil un momento, luego se enderezó, mirando fijamente la puerta que lo separaba de su mujer, temiendo lo peor. Estaba a medio levantarse cuando sonó otro grito; se desplomó nuevamente en el sillón, fláccido como un títere sin sus cuerdas.

-Lady Serena no es la frágil Setsuna, Darien -le dijo Nephrite amablemente-. Es como mi Lita, robusta y fuerte, por muy noble que sea su cuna. Se las arreglará muy bien, pero sigue bebiendo así -ladeó la cabeza y miró el vino encharcado en la mesa y desparramado en la estera- y serás tú el que tenga que guardar cama como una ruina, no ella.

Darien hizo una mueca de angustia.

-Yo sufriría el dolor por ella si pudiera. -Su voz sonó ronca y áspera, incluso a sus oídos-. Si pudiera.

Nephrite se echó a reír.

-Hermosas palabras, pero es que los hombres no podemos soportar ese dolor, ¿sabes?, por muy valientes que parezcamos. -Se meció hacia atrás en la banqueta, con mirada evocadora-. Cuando nació nuestro primer hijo, yo juré comportarme como un monje y abstenerme de acostarme con ella, para no hacerla pasar por eso una segunda vez. Pero al día siguiente ella ya estaba en pie regañando a la cocinera por haber quemado el guiso, mientras yo seguía sentado ante el hogar gimiendo como malo de la cabeza.

Darien miró en silencio su copa vacía.

-¡Venga, hombre! -lo regañó Nephrite-. No tienes por qué estar tan triste. El bebé hará su aparición cuando decida salir y no lo hará ni un segundo antes. Es arrogante y obstinado como su padre, seguro, e igual de resuelto a hacer su voluntad, pese a quien pese. -Le dio una palmadita en el hombro y añadió en tono más suave-: Cualquier hombre capaz de ver a través de los problemas de estos dos años con tanta claridad como tú tiene que ser capaz de esperar el nacimiento de un bebé.

Darien lo miró tristemente.

-Igual podría haberme equivocado, ¿sabes? En todo. Y entonces os habría hundido a todos conmigo.

La Novia VendidaWhere stories live. Discover now