...Y Consumación.

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Ver a Serena con los ojos muy abiertos y recelosos, casi enterrada bajo el cúmulo de raídas mantas detuvo a Darien en la puerta. Apretó las manos en los bordes de la pequeña bandeja que había traído con dos copas bastas de cerámica y una jarra de vino.

Entonces recordó una cacería, una ocasión en que un noble borracho, en un acceso de entusiasmo, insistió en que lo acompañaran y casi llevó a rastras a sus invitados a cazar con él. La cacería duró lo que a él le parecieron horas, hasta que al fin el ciervo se detuvo y se volvió a mirarlos. Le temblaban las patas por el agotamiento, pero pese a su terror mantenía la cabeza en alto, sus ojos muy abiertos, oscuros y vivos. El pelaje le brillaba al sol, de un rojo vivo en el fondo negro del bosque. Un instante después los perros lo derribaron y le desgarraron la garganta.

Serena lo estaba observando como ese ciervo: aterrada, desafiante, pero resignada a su destino. Él no había participado en la matanza entonces y en ese momento no le hacía ninguna gracia sacrificarla, pero ya era demasiado tarde para dar marcha atrás. Con miras a sus propios fines, él había azuzado a ese perro de sacerdote a cazarla, y finalmente la tenía acorralada. Ahora tenía que consumar la faena, quisiera o no.

Sintió tensarse los músculos de sus hombros y en algún lugar profundo del vientre sintió bullir una sensación que no era pasión.

Sería mejor hacerlo rápido, y con la mayor suavidad posible. Ella tenía diecinueve años, edad considerable para seguir siendo doncella. Quisiera Dios que eso no hiciera aún más difíciles las cosas.

Con cuidada lentitud, dejó la bandeja en un arcón cercano y se giró a cerrar la puerta.

Serena apretó aún más las mantas sobre su pecho. Le pareció que a él le temblaban las manos, pero descartó esa posibilidad; debía de ser un truco de la luz. Darien Shields no era un hombre al que pudiera afectar algo tan insignificante como una corriente de aire frío. Y no era tan tonta como para pensar que estaba nervioso.

Sin decir palabra, él sirvió el vino que había traído, y se acercó a la cama con una copa en cada mano.

-Milady -le dijo, ofreciéndole una.

Ella miró la copa con desconfianza, insegura. Recordaba muy bien cómo los dedos de él habían rozado los suyos cuando ella le ofreció el vino esa mañana.

El rechazo no pareció molestarlo. Sin dejar de sostener las copas, se sentó en el borde de la cama, como si fuera un asiento. El armazón de la cama crujió al hundirse con su peso las tiras de cuero que sostenían el pesado colchón relleno de lana.

Serena tragó saliva, nerviosa. El armazón de su cama sólo protestaba así cuando la gorda Berjerite compartía la cama con ella. Eso significaba que Darien Shields era mucho más sólido de lo que ella había creído.

-Vamos, lady Serena-dijo él amablemente, ofreciéndole la copa otra vez-. Sólo es vino, el mismo vino tinto que me disteis esta mañana en señal de bienvenida. No puede haberse agriado tan rápido para que rechacéis mi ofrecimiento ahora.

De mala gana, y sujetando con una mano las mantas contra el pecho, ella tomó la copa, y por tratar de no rozarlo casi derramó el vino. Soltó las mantas y sujetó la copa con las dos manos. Por un horroroso momento temió haber perdido la modestia y el vino, pero de alguna manera éstos sobrevivieron. Por el leve movimiento que vio en la comisura de la boca de Darien Shields comprendió que su dignidad no.

Con la cara y la garganta ardiendo de vergüenza, levantó la copa y metió la nariz en ella, tratando de desentenderse de él. La estratagema no le dio resultado. ¿Cómo podía desentenderse de un hombre que estaba sentado tan cerca de ella, sobre todo cuando él estaba vestido y ella no?

La Novia VendidaWhere stories live. Discover now