𝐕𝐢𝐠𝐢𝐧𝐭𝐢 𝐪𝐮𝐢𝐧𝐪𝐮𝐞

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XXV

Cuando en aquel otoño los Bridgerton mandaron a sus pequeños a York porque se acercaba el nacimiento de Francesca, Anthony se sintió importante. Tendría el cuidado de sus hermanos casi al cien porciento —o eso creía él, porque a donde quiera que iban, los seguían guardias, institutrices y demás para que los niños estuviesen bien protegidos en todo momento—, así que se comportaba con seriedad, quería estar a la altura. Por lo menos Benedict y Colin debían obedecerlo, pues las pequeñas Daphne y Eloise estaban siempre con su dama de compañía. Sería difícil manejar al menor de los Bridgerton, por supuesto, pues siempre buscaba meterse en problemas acompañado de aquella chiquilla de cabello alborotado.

El duque de York había ordenado que fuera construido una replica miniatura de un castillo de cuentos con el cual Alex y Colin estaban obsesionados la última semana, incluso adquirió los mejores ejemplares de ponis, y estuvo dispuesto a que les colocaran un cuerno de adorno, de no ser porque Alex le explicó—y muy seria, pues temía arruinar la ilusión del duque—, que los unicornios no existían. Pequeños trajes de caballería fueron diseñados para los niños, y unas espadas de madera talladas con los escudos de las familias.

A las institutrices no se les hizo extraño que la niña prefiriera subirse al poni con su espada en lugar de usar los vestidos de princesa que también habían llegado.

𝗟𝗼𝘃𝗲 𝗦𝘁𝗼𝗿𝘆 || 𝖡𝗋𝗂𝖽𝗀𝖾𝗋𝗍𝗈𝗇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora