3. Un corazón que se pudre

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La batalla era sangrienta, los brazos volaban, las cabezas caían y los hombres gritaban por furia o la agonía del último respiro, atacándose salvajemente. Daster estaba al borde del desmayo cuando los refuerzos llegaron, mil hombres comandados por un líder de negro en un enorme caballo.

Debía ser Erenn, que cabalgaba sosteniendo una espada en cada mano y manteniendo aun así el equilibrio sobre el caballo veloz. Atravesaron el campo de batalla, muchos cayeron de sus caballos gracias al enemigo, la ola de ataque volvió.

Por su parte, Alaris, disfrazada de hombre, disfrazada de Erenn, mejor dicho, no tardó en desplegar su entrenamiento y talento asesinando a los otros soldados, uno tras otro y otro seguían acorralándola y cayendo derrotados; ella no se dejaba, porque tenía la imagen de la gente de su ciudad asesinada, los niños, los viejos, así que cortó cuellos, atravesó estómagos... sin piedad.

Los que mataba eran los mismos que asesinaron a los ciudadanos de su ciudad querida.

—¡Eeeeeereeeennnn!—escuchó ese fuerte grito muchos pasos frente a ella, entre los soldados matándose. La oscuridad casi no le deja reconocer a Calem, pero su cabello dorado y armadura roja resplandecían entre los demás gracias a las llamas de las antorchas y alquitrán. Él estaba bañado en sangre, respirando como una bestia asesina, señalaba a Alaris con la espada.

Claro que quería matar a Erenn.

Ella, por primera vez, no sintió al amor palpitar bajo el dolor; solo había venganza.

Y asintió, bajándose del caballo e incitándolo a que se acercara. Calem lo hizo corriendo y dando un salto hacia ella, sus espadas chocaron en una fuerza dura.

Ellos empezaron a luchar con brutalidad, Calem no tenía reparo, era igual de violento a ella, en verdad iban a matarse y solo pensaba Alaris en el dolor de haber sido traicionada, humillada y herida por él.

—Erenn, escúchame—dijo Calem entre la lucha, cuando sus caras y espadas estuvieron cerca.

Alaris le dio una patada lejos, poniéndose en posición de lucha. A su alrededor seguían matándose.

—¡Tú esposa es inocente!—le gritó Calem sin aliento, de su armadura sacó una llave y se la tendió—Está en la prisión subterránea, solo llévatela lejos.

¡¿Qué?!

Al ver el pasmo de su contrincante, Calem siguió:

—No la toqué—Alaris temblaba tanto que sus dientes sonaban—. Lo que hice fue la única salida para que ustedes vivieran.

Una explosión de pólvora pasos adelante de ellos la hizo mirar sobre el hombro de Calem.

Al otro lado del campo, estaba Agrimor muerto de la risa, matando soldados como si fuera una fiesta. La guerrera sintió la rabia de su pueblo muerto, de su vida destruida por ese engendro. Calem no importaba, ella no iba por él.

—¡Erenn!—gritó Calem intentando llamar su atención o hacerlo enloquecer de ira, pero Alaris, con la sangre enfebrecida y en un estado de rabia loca, se sacó el casco, mostrándose ante Calem, al que se le descompuso el rostro.

—¡¿Qué haces aquí?!— perdiendo la razón por lo que él dijo, no pensó cuando se lanzó contra Calem, levantando la espada, y cortándole la punta de la oreja derecha.

Así, los ojos de Calem se desorbitaron, cayendo arrodillado al suelo mientras se ponía las manos sobre la sangre que salía, con lágrimas derramándose y aullando de dolor.

Ella se plató frente a él, sin piedad. Él la miró con temor.

Fue una delicia.

Tenía la oportunidad de decapitarlo, la idea estaba en los ojos de ambos. Ella... no quería, a la vez, sí, pero... él...

Hecha De Sangre Y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora