11. En la pesadilla

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—Como muestra de su responsabilidad en este pacto, mi padre obsequia las ropas de la consorte real de mita a la reproductora—ante Beata y Erenn un soldado abrió un cofre donde yacía el más fino tejido con joyas, solo de rosa y plata—. Demando que aceptes en público y jures ser de nuestra propiedad, además, debes arrodillarte a mí para cerrar el pacto.

Muraena estaba teniendo problemas para disimular lo mucho que estaba disfrutándolo. Se hallaban rodeados de los generales y lo soldados hijos de las casa más importantes y ricas de Mita, fungían como testigos, estos la miraban detenidamente, empezando a formarse una idea de Beata.

Ella se mantuvo tranquila. Erenn estaba a su lado, tratando de mantener la paciencia, su respiración estaba alterada por la rabia.

—Mí título real fue despojado y mi apellido deshonrado al quitárseme, más mi sangre sigue siendo la misma de mis ancestros; nací bajo la casa del dios muerte. No me arrodillo.

—Obedeces o no hay pacto, reproductora—sonrió soberbia Muraena.

—Entonces moriremos todos aquí, será interesante cómo vencen sin Erenn, el único que ha sobrevivido al filo de Agrimor—Beata sonrió, esa mentira a medias era a lo que podía aferrarse.

—¿Tu hija va a morir por tu orgullo?

—Ella no perdonaría que su madre se humillara—dijo Erenn con una pizca de violencia, tornándose sobreprotector—. Tómalo o déjalo, pero no se arrodillaré.

Ambas se miraron retándose, ya no podían ocultar el odio mutuo.

—Suficiente—de entre los soldados avanzó hacia ellos un hombre fortachón y mayor que se quitó el casco, ¡Rayos! era Ruslan.

Erenn y Beata se tensaron con disimulo. El padre de Muraena había estado todo el tiempo presente, se sentía como si fuesen presas trabajadas y atrapadas.

—Un saludo amistoso, Beatalyn... y mi viejo amigo.

—Te creíamos en Mita—dijo Erenn sin hipocresías.

¿Qué más ocultaban? Este juego irritaba a Beata.

—No te ofendas, nada más cuido mis intereses—el viejo estaba bastante relajado—. Yo mismo tuve que venir para guiar a mi ejército a casa.

—Si tus hombres no fueran unos traidores yo lo hubiera hecho...

—La verdad, Erenn, los tipos honorables como tú son un verdadero milagro, en mis filas todos son cobardes.

—Así que estamos rodeados por tu ejército—dijo Erenn perspicaz. Uf, realmente no tenían oportunidad de nada.

—Sí, están rodeando la montaña, Agrimor los dejó marchar, porque tomará mi capital en unos días, así que podemos irnos sin que Beatalyn se arrodille, creo firmemente en que ella tiene honor, y hay cosas más urgentes, ya sabes, Agrimor desconoce que los tengo a ustedes dos ahora.

—Hay que partir antes de que algún espía lo descubra.

—Pero—Ruslan miró a Beatalyn—. Quiero hablar con la señora un momento.

Erenn y Beata se miraron de reojo, y ella asintió, siguiendo a Ruslan a una habitación cercana.

—Siento dañar tu orgullo pero no me comprometo contigo por tu belleza— Ruslan se peinaba las barbas, parado lejos de ella—, eres lo más hermoso que haya visto, pero quiero a Erenn.

Beata dio una risa burlona y baja.

—Él es irresistible, son los ojos.

—Es el bastardo con más lealtad que he conocido en toda mi vida. Le he puesto el ojo desde que se hizo famoso por huir contigo, y si puede tener tanta entrega hacia algo tan reemplazable como una hembra, puede darme la victoria, porque es un animal poderoso que no se rinde y que no se acobardara ni aunque esté ante el rostro de un dios.

Hecha De Sangre Y FuegoWhere stories live. Discover now