14. La casa Velzar.

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Alaris había cabalgado apresurada por una luna para llegar a Mita y encontrarse con su familia luego de tanto; gracias a la información que traía y a su escolta especial (una cuadrilla de Birren alzando banderas blancas en tregua para trasmitir el mensaje) le habían permitido entrar al palacio de los Zezede, ella estaba esperando su turno ante los portones del salón del trono.

El corazón le latía desbocado al saber que vería al verdadero responsable de masacrar a su gente y dejarlos sin nada; era un día duro, tenía que esforzarse por fingir ignorancia...

—¿Por qué tarda en recibirme?—gruñó hacia los soldados en la puerta—. Mi mensaje es sobre la guerra.

—Su majestad está ejecutando un castigo, enviada—respondió el guardia—. Cuando el comandante Torin Sum mate a la esclava, seguirá usted.

—¿El comandante?—Erenn—¿Por qué castigaría a una mujer?

—El rey lo ordenó; parece que el comandante fornicó con ella estando casa...

Alaris ya había dado una patada a la cara del hombre, dejándolo inconsciente mientras atacaba al otro para también dormirlo. Con la mirada loca, empujó su pierna contra las puertas dobles, abriéndolas de una patada ruidosa que atrajo la mirada de los que allí adentro residían.

Casi cae sentada de la impresión por lo que había allí.

Ruslan y Muraena complacidos en sus tronos, los concejeros cobardes viendo con horror; en el centro del recinto, un hombre enorme y lleno de cicatrices sostenía una soga gruesa que apoyada en un palo del techo bajaba al cuello de un pequeño cuerpo femenino que se sacudía como pescado al estar ahogándose en esa horca improvisada.

Fue como si le hubieran sacado las tripas a la guerrera, porque reconoció a ambas personas perfectamente.

Erenn estaba ahorcando a su hermana.

Alaris era bastante simple, de hecho, muy rápidamente perdía el control y con eso se reducía a un animal. Sacó su arco en un movimiento ágil, la flecha atravesó la cuerda, rompiéndola. Beata cayó tosiendo al suelo. ¡Todos exclamaron gritos de sorpresa!

Muraena se incorporó en un chillido.

—¡Sigue con vida! ¡¿Cómo?!—dijo horrorizada.

Erenn por fin giró el rostro hacia Alaris, y ella le declaró la guerra con los ojos. Desenvainó su espada y cegada por la ira se lanzó corriendo hacia ellos. Fue rodeada por una guardia de quince soldados con los que empezó a pelear bestial.

Era increíble ver cómo podía contra todos en una destreza y rapidez que superaba cualquier cosa vista en esas paredes; incluso Muraena estaba boquiabierta, a Alaris le dejaban cortes en los brazos, le daban puñetazos, y parecía no sentirlo.

De repente, la guerrera salió de entre los cinco soldados que quedaban, corriendo veloz hasta Erenn, cuando lo tuvo frente a frente, levantó la espada, apuntándole directo en la cara sin un solo temblor, respirando violentamente, llena de la sangre de los soldados que acababa de aniquilar para acercarse.

Los cinco soldados sobrevivientes de atrás llegaron hasta ella, por la espalda, veinte más ingresaron al salón y los rodearon con lanzas y espadas.

—Alaris—dijo Erenn ceñudo. Ella casi que gruñía como un animal irracional, con ojos huecos, agitada como nunca.

—¡La flor del desierto sigue viva!—aulló Ruslan aplaudiendo—¡Ahora lo entiendo! Vaya niña espectacular. ¡¿Vieron?! Mató a diez hombres y yo ni acababa de parpadear.

—¡¿Qué le hacías a mi hermana?!—iracunda le gritó a Erenn por primera vez, sin temerle, sin nada más que dolor—¡¿AAH?! ¡RESPONDE!

—¡Baja tu arma, plebeya vulgar!—le gritó Muraena—¡Todos mátenla ya! ¡Está atacando a la familia real!

Hecha De Sangre Y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora