Capítulo 2

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Terminé de secar un pelo y sonreí al ver lo bien que le quedaba a la chica el color rubio en su pelo.

Amaba este trabajo. Comencé a peinar el pelo de la chica y recorde como de pequeña peinaba el pelo de Narciso y de mis otras hermanas, sin embargo mi preferida siempre fue Narciso y yo la suya.

...

—Eres inseguro no sabes que estás llamando la atención cuando caminas por la puerta. No necesitas maquillaje para cubrir, ser como eres es suficiente. Todos los demás en la sala pueden verlo, todos los demás menos, tú oh-oh —cantaba parada en medio del parque con los ojos cerrados.

—Nena, tú iluminas mi mundo como nadie —siguió Eduard—. La forma en que volteas tu cabello me abruma, pero cuando sonríes al suelo no es difícil saberlo. Tú no sabes, oh-oh. No sabes que eres hermosa.

—Si tan solo vieras lo que yo puedo ver, entenderás porque te quiero desesperadamente —cantó Lirio—. Ahora mismo te estoy mirando y no puedo creer. Tú no sabes, oh-oh. No sabes que eres hermosa.

Eduard volvió a cantar y yo sonreí al ver que cada vez más gente se reunía a nuestro alrededor y dejaba dinero en el estuche de la guitarra que tocaba Eduard. Quería llorar de alegría. Entonces vi a Leonardo colarse entre la multitud y bajé la cabeza cerrando los ojos para ignorar su presencia porque si no me daría más vergüenza y no cantaría. Escuché que Eduard terminaba su parte y supe que llegaba el coro.

—Na, na, na, na —cantamos al unísono  los tres.

Cuando se acabaron los "na", me tocaba. Todavía con los ojos cerrados continué.

—Nena, tú iluminas mi mundo como nadie. La forma en que volteas tu cabello me abruma. Pero cuando sonríes al suelo, no es difícil saberlo. Tú no sabes, oh-oh. No sabes que eres hermosa.

...

—¿No desafine? —cuestione preocupada.

—Para nada. Tienes una voz privilegiada para no haber obtenido clases—aseguró Eduard sonriendo y me dio todo el dinero que habíamos ganado—. Acá tienes tu recompensa por ser valiente. Puede que no sea mucho pero úsalo sabiamente.

—Pero ustedes también ayudaron —recordé apenada.

—Soy actriz y Eduard también —mencionó Lirio sonriendo—. Ganamos mucho dinero, cógete ese para arreglar tus desastres.

—Gracias Lis, te quiero —dije enternecida y abracé a mi hermana.

—Yo también te quiero mi reina de la torpeza —susurró ella y me soltó—. Me retiro con mi mejor amigo.

—Adiós Edu, gracias por la ayuda —expresé alegre.

Eduard sonrió y asintió. Yo sonreí al verles irse hasta que sentí un toque en mi hombro. Al voltear me encontré con Leonardo aguantó su patineta en una mano.

—Cantas muy bien.

—Gracias —murmuré apenada.

—¿Te mudaste cerca? ¿Cómo es que siempre nos vemos en este parque?

—Trabajo cerca —respondí tímida.

—No seas tan educada incluso nos hemos besado.

Al oírle tapé con mis palmas mi cara por la vergüenza y solo dejé ver mis ojos rojos.

—No me digas eso nunca más en tu vida —rogué avergonzada y bajé mis manos lentamente—. Fue un accidente y lo siento.

—Sé que lo repetirías —expresó bromista y me sonrió—. Vale, no lo sacaré a relucir otra vez, chica que choco conmigo cayéndome encima y robandome un beso.

Sentí mis mejillas arder y Leonardo se río, pero luego dejó su patineta en el suelo y se quedó mirándome.

—¿Sabes patinar?

Negué lentamente con mi cabeza.

—Te enseñaré —expresó determinado.

—No gracias.

—Tienes que aprender. No saber patinar es un pecado capital.

—No qui-quiero, m-me caeré—tartamudee.

Me di la vuelta inundada de vergüenza y me mandé a correr. Cogí un taxi y fui a mi casa.

Reina de la torpezaWhere stories live. Discover now