Capítulo 3

52 10 12
                                    

Observé la vidriera una cafetería y relami mis labios tenía antojo de algo dulce, sin embargo no tenía dinero. Suspiré resignada y me giré caminando a mi trabajo con tristeza.

—¡Tulipán! ¡Hey! ¡Chica roba besos!

Agache mi cabeza y apresuré mis pasos al saber quien me llamaba. De la nada el tobillo se me jorobo y ahogue una queja. Entonces Leonardo apareció frente a mi montado en su patineta y yo le pasé por el lado aguantando el dolor de mi pie.

—¿Me ignoras? —cuestionó patinando a mi lado.

—¿No tienes nada que hacer? —indagué algo cortante.

—Uy, ¿mal día?

—Ni te imaginas —susurre.

Él se detuvo y cogió su patineta poniéndola debajo de un brazo. Entonces apartó un poco mi pelo y me miró entrecerrando sus ojos.

—¿A quién le pego?

—Me duele —murmure y apreté mi mandíbula señalando mi pie.

—No puedo pegarte a ti.

Sacudí mis hombros callando mi risa y Leonardo sonrió. Yo era amante a los malos chistes, me traían muy buenos recuerdos.

—¿Quieres que te lleve? —cuestionó señalando su patineta.

Lo miré y negué con expresión de horror.

—No te caerás, confía en mí.

—Apenas te conozco —musite tímidamente.

—Pero te salve de Stella e incluso te lleve en mi patineta y terminaste sin un rasguño.

Asentí dándole la razón y Leonardo dejo su patineta en el suelo, luego puso sus manos en mi cadera y me levantó del suelo dejándome sobre la patineta. Grité horrorizada y él frunció su rostro tapando con una de sus manos mi boca, la otra estaba todavía en mi cintura sirviéndome de apoyo.

Abrí mucho mis ojos y respiré hondo varias veces tratando de tranquilizarme. Él puso un pie sobre la patineta y luego el otro. Al principio nos tambaleamos un poco, pero se estabilizo.

—Mi trabajo queda cerca, te llevó y luego sigo —dijo confiado—. Si piensas que te caerás terminarás cayendo, pero sino lo haces te mantendrás en pie. Esto es cuestión de confianza en uno mismo y mucha práctica. Tú aferrate a mí y yo impedire que caigas.

Asentí lentamente y puse mis brazos sobre los hombros de Leonardo viéndolo fijamente. Él comenzo a impulsarse con su pie y yo fui relajándome poco a poco. Por fin disfrutaba el viaje.

Sonreí al sentir el aire chocar con mi rostro y miré a Leonardo, él estaba observando el camino con una sonrisa.

—¿Desde cuándo patinas? —pregunté tímida.

—Desde que tuve un mes de nacido.

¿Era en serio? Lo observe incredulidad y él siguió hablando.

—Justo al mes mi padre me sentó sobre una patineta y me impulsó con sus manos. De echo aprendí a estar estable sobre la patineta antes de aprender a caminar. ¿Gracioso verdad?

Negué sonriendo. Entendía perfectamente lo que se sentía.

—Allí trabajo —avise señalando una peluquería.

—¿Por qué eres tan liviana? ¿No te dan comida?

Reí y Leonardo detuvo la patineta ayudándome a bajar.

—Claro que me dan comida, solo que tengo una lombriz solitaria y no engordo —bromee sonriendo.

—Oh, interesante. Quiero una.

Volví a reír y Leonardo sonrio más. Luego volvió a montar en su patineta.

—Adiós amiga albina que roba besos y no engorda —dijo bromista.

Algo sonrojada le agite la mano y lo vi marcharse en su patineta. Era encantador y yo no quería enamorarme tan fácilmente de alguien que apenas conocía. Iba a estar alerta para que mi corazón lo dejará dentro de la zona para amigos.

Reina de la torpezaWhere stories live. Discover now