Capítulo 4

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Me recogí mi pelo en un moño y observé discretamente al chico que vendía helados, era muy bonito. Me puse de pie decidiendo hablarle y me acerque.

—¿Tienes helado de menta? —cuestione mirando el carrito.

—Sí, también tengo chocolate, vainilla, maní, coco y fresa. Lo único que me falta tener es tu número.

Al oírlo me giré y salí corriendo como cobarde que era. En medio de mi escapé paso lo que casi siempre me solía pasar, me resbale y caí sentada en el suelo. Solte una queja y me levante sacudiendo mi ropa. Apreté mis ojos roja de la vergüenza y seguí corriendo hasta que choqué con algo duro. Abrí mis ojos y alse la vista frotando mi frente por el golpe que me di con un árbol. Maldita torpeza.

—¡Tulipán! —me llamaron y al girar mi cabeza vi a Leonardo patinando en mi dirección—. Hola. ¿Cómo estás?

—Bien —murmure cabizbaja.

Él se bajo de su patineta y la puso debajo de su brazo.

—Ese bien sonó a un no estoy bien.

Suspiré y me encogí de hombros, entonces mi barriga gruñio y me lleve las manos a la barriga otra vez sonrojada por la pena.

—Si tienes hambre conozco un lugar al que podemos ir caminando —comentó Leonardo.

Apenada miré de reojo al heladero y cuando volví mi vista a Leonardo lo vi arqueando una ceja con una sonrisa.

—Entonces quieres un helado. Vale, yo te lo compró.

—No gracias —susurré mirando el piso.

Él puso una mano en mi mentón y me alzó la cabeza, luego guardo sus manos en sus bolsillos.

—No bajes la cabeza ante nadie. ¿De acuerdo?

Asentí con una pequeña sonrisa. Leonardo tomó mi mano y me empezó a arrastrar directo al heladero.

—Leonardo, no me hagas ir a comprar helados.

—No seas vaga, Tulipán.

—No es vagancia, quiero mantener un poquito mi dignidad.

—¿Dignidad? ¿Qué es eso? ¿Para que sirve? —preguntó bromista—. ¿Por qué no quieres ir?

—Es que le iba a coquetear al que vende helados  pero él me coqueteo primero y salí corriendo.

—Hay que hacer algo contigo, tienes un serio problema. No puedes andar coqueteando con cualquier chico, primero debes conocerlo y saber si es buena persona —declaró serio y me guió en dirección contraria—. Tienes que tener más discernimiento.

El prudente ve el peligro y se esconde.

Lastimosamente yo era muy enamoradiza y poco prudente.

—¿A dónde vamos? —inquirí.

—A comer.

...

—¿Panetela o helado? —interrogó Leonardo hablando solo—. Panetela. No, no, mejor helado... O quizás debería elegir panetela. Ash, no me decido.

—Une los dos —susurré tímidamente.

Él me miró como si acabará de salvarle la vida y yo me encogí en el lugar cubriendo mi rostro con mi pelo. Ese chico me hacía sonrojar o sentir avergonzada cada cinco segundos.

—Eres una genia —expresó maravillado y se levantó a besar mi mejilla—. Si es buena combinación te deberé una.

—Vale —musite viéndolo sentarse.

Leonardo hizo su pedido confiando en mi palabra. Luego se puso a contarme de su vida sacándome algunas rísitas y algún que otro comentario. Cuando por fin llego su pedido quedo encantado.

—Gracias por la sugerencia y por escucharme.

Negué sonriendo y me puse de pie sacando dinero para pagar.

—Deja eso, yo invitó.

Asentí apenada y le sonreí a Leonardo murmurando un adiós. Él solo me agitó su mano observándome al marcharme.

Reina de la torpezaМесто, где живут истории. Откройте их для себя