Del llanto a la risa y de la risa al llanto

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-¿En qué piensas, Izu-chan?-preguntó mientras caminaban por las calles de Konoha, notando la mirada perdida de Izumi. La pequeña Uchiha paró su andar junto a la azabache, se sobresaltó ligeramente al escuchar el apodo con el que la llamó; el apodo con la que la llamaba su padre, se sentía diferente a cuando él lo decía, pero no desagradable, solo... diferente.

-N-no es nada-apresuró a aclarar agitando las manos con nerviosismo. Se forzó a sonreír al observar la mirada preocupada que le dirigía Hayami-Es solo que... - su mirada cayó al suelo, como si allí encontrara las palabras para explicar su distracción, inconscientemente su mano se dirigió a su flequillo y comenzó a acariciarlo con un deje de inquietud que la mayor notó enseguida.

Los días posteriores al ataque del Kyūbi no fueron los mejores; con la mudanza al nuevo complejo Uchiha. La creciente desconfianza hacia su clan por parte de los aldeanos, que no hacen más que enfurecer a los Uchiha. Los problemas financieros que su madre tenía que afrontar después de la muerte de su padre. Intentar no mostrar debilidad frente a su madre o cualquiera cercano a ella en general, no dejar que sus verdaderos sentimientos salgan a flote porque seguro va a terminar derrumbándose y eso era algo que solo se reservaba para las largas noches de insomnio en donde las pesadillas la hacían llorar desconsoladamente. Se estaba cansando, era demasiado.

Eso estaba claro, tanto así que las personas a su alrededor (a pesar de los esfuerzos de Izumi) lo empezaban a notar; si veías muy de cerca los ojos de la castaña, podías verlos ligeramente rojos por el llanto y debajo de ellos se formaban pequeñas marcas oscuras, indicando la falta considerable de sueño. Esto comenzaba a preocupar a su amiga; la Izumi vivaz, alegre y entusiasta que había conocido hace unos meses por fugaces momentos, era opacada por una triste, cansada y melancólica.

Hayami frunció el ceño al ver el semblante abrumado de Izumi, parecía estar debatiendo si decirle algo o no. En sus ojos vio la indecisión, pero también vio algo que esperaba nunca ver en ella, vio la madurez que de pronto brillaba en esos hermosos ojos marrones, no había rastro de esa felicidad infantil que siempre veía en ellos y que le encantaba. Vio a una niña con una preocupación que no debería tener, una que ningún niño debería cargar sobre sus hombros, una preocupación, o mejor dicho, una carga que ella misma tenía. Con tristeza se preguntó ¿Por cuánto has pasado para tener esos ojos, Izumi? Esa pregunta se la hacía desde que vio su Sharingan completo, con tres aspas, una niña de su edad con esos ojos malditos, tan pequeña. Y se volvía a hacer la misma pregunta, pero esta vez no era por su kekkei genkai sino por el dolor que veía claramente reflejado en sus ojos.

La azabache mayor suspiró. Con delicadeza acarició el sedoso cabello castaño de la pequeña, haciendo que esta dejara de acariciar su flequillo y levantara la mirada en su dirección luciendo sorprendida, y (para alivio de Hayami) volviera a tener ese cálido brillo infantil en su mirada.

-No te preocupes, no quise presionarte. Solo dime si necesitas ayuda en algo, ¿si?-preguntó con dulzura, recibiendo un asentimiento de Izumi, quien la veía con admiración y un pequeño tinte rosa adornando sus blancas mejillas. La más pequeña se sintió profundamente agradecida con ella, era como si un peso que ni sabía que existía desaparecía.

-Yo... -sintiendo más confianza intentó explicar lo que le sucedía, pero la indecisión no cesaba; no era un tema muy importante; sin embargo, era una duda que tenía desde hace unos días y si quería saciar su curiosidad debía preguntárselo-Hayami-nee-la llamó y la mencionada volvió a ver el preocupante brillo de madurez en los ojos de Izumi-¿Por qué las personas odian a otros que ni siquiera conocen, hasta el punto de querer...-hizo una pausa de vacilación, pero continuó-... matarse entre sí?-preguntó con tristeza

El rostro de Hayami se oscureció. Su mirada era tan lejana que parecía no estar ahí, era como si viajara en los recuerdos distantes y azarosos de su pasado, uno tan triste para cualquier ser humano, en especial para una niña pequeña-¿Por qué lo preguntas?-sin siquiera ser consciente de ello, su voz salió seca, sin un rastro de emoción, al igual que sus ojos, como dos pedernales endurecidos por el dolor.

Volví por tiWhere stories live. Discover now