Tres

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—¿Qué dibujas? —cuestionó Sasha.

—Un pájaro.

—¿Cuál es su significado?

—Libertad —dejé el pincel y la miré.

—¿Qué?

—Aún no me explicas cómo la hermana sabe de tu relación.

—No sabe, tiene entendido que somos mejores amigas.

Hace una semana que no he visto a ninguno de los chicos, todo estuvo calmado y me acostumbré a vivir en este lugar pero la comida aún no me agrada, en especial el refresco de durazno.

Tengo una cita con el director de OSRAN, es un nombre raro para un internado psiquiátrico. Decidí permanecer en el área de pintura para hacer hora, Sasha miró con fascinación mi dibujo, le dediqué una sonrisa antes de irme.

En esta ocasión estaba sólo, leí la placa sobre su escritorio, Omar Bersoni, el primer día pasé por alto muchas cosas, demasiadas, incluso su nombre.

—Señorita Blous, ¿cómo ha estado?

Aterrada.

Cagada hasta los huesos del miedo.

—Genial, son amables y respetuosos.

—Me alegra —entrelazó sus dedos—. Los reportes indican que aún no fuiste al psicólogo.

—No le veo necesario.

—Pero lo es, aquellos que sufrieron traumas deben tratarlos y recibir la medicación correspondiente.

—¿Seré obligada? —pregunté con baja voz.

—Irás una vez por semana cómo todas tus compañeras. Puede retirarse.

Tanta cosa para una corta conversación.

Giré el pomo de la puerta y, al abrirla, encontré una escena inesperada. En medio del pasillo, se haya el chico de cabello oscuro y mirada gris rodeado por tres imponentes guardias de seguridad que mantienen una postura firme y expresión seria.

La incertidumbre y tensión flota en el aire.

Decido mantener una distancia prudente al notar que capté la atención de todos.

¿Qué habrá hecho?

¿Por qué está siendo escoltado por los guardias?

Sonrió cínicamente poniéndome nerviosa.

—Buenos días —a través de esa mirada fría que me observa, transmite una sensación de poder y control, como si supiera más de lo que revela.

Entre abrí los labios para responder, su voz retumbó en mi cabeza, lo reconocía pero no supe de dónde.

Es similar al sujeto del bosque pero la que escuché es más profunda, cómo si llevase una máscara que cambiaba un su voz.

¡Sí!

La voz que escuché esa noche era distorsionada y distinta.

Con paso confiado se acercó y chasqueó los dedos frente a mi, los guardias reaccionaron de inmediato apuntando con sus armas y uno de ellos se puso en medio de nosotros.

—Conoces las reglas —le recordó con enfado.

—Para qué están si no es para romperlas.

—Entra, ahora —le ordenaron con dureza.

—Como si fuera capaz de lastimarla —me miró de reojo antes de entrar—. ¿O si?

La puerta se cerró tras mío, dejando una serie de interrogantes y la inquietud de no saber qué había ocurrido realmente.

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