Capítulo 3.

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El aroma a café recién hecho despertó a Pete. Se apresuró a salir de la cama y asearse un poco antes de dirigirse a la cocina, origen de la deliciosa fragancia que invadió sus fosas nasales y lo sacó de una profunda somnolencia.

Una pequeña sonrisa alzó las comisuras de sus labios mientras veía a la persona que preparaba entusiásticamente su bebida favorita. Recargó uno de sus hombros el marco de la puerta y cruzó ambos brazos sobre su pecho semidesnudo, observando el manjar de hombre frente a él.

El Prof. Kinn solo vestía un par de pantalones de pijama color negro, dejando al descubierto la dorada piel de su ancha y recién rasguñada espalda. Pete en su lugar, vestía una camiseta de seda fina; la misma que dicho hombre había utilizado la noche anterior.

Las marcas a rojo vivo avergonzaron al chico más joven, haciéndolo recordar todo lo sucedido.

No era la primera vez que tenían sexo.

Dios, el tener sexo con él se había vuelto un acto tan natural para Pete como respirar o parpadear, después de instalarse en Inglaterra hace tres años.

Era amable y gentil la mayoría de las veces. Siempre anteponiendo el placer de Pete que el suyo, pero había otras en las que el acto no podía llegar a ser más indecente y colérico sin que Pete evitara la mirada de Kinn por una semana entera debido a la pena.

Y el encuentro que tuvieron hace un par de horas fue uno de ellos.

Las caderas de Pete temblaban y sus piernas apenas podían sostenerlo. Su piel blanca y tersa estaba cubierta de chupetones, mordidas y arañazos que le daban una apariencia tan pecaminosa que ni siquiera pudo reconocerse después de tomar una ducha y mirar su reflejo en el espejo del baño.

La vergüenza enrojecía sus mejillas con fervor, pero aun así se acercó a Kinn para abrazar su cintura en un movimiento lento y suave.

El cuerpo del hombre se tensó y relajó al instante. Un par de largos y cálidos dedos comenzaron a pasear sobre el cabello húmedo de Pete.

—¿No te secaste el cabello? —preguntó Kinn con una sonrisa que Pete pudo imaginarse a la perfección.

—Sabes que prefiero el secado natural.

Pete presionó su frente y su nariz sobre la espalda de Kinn, inhalando profundamente la esencia que lo llenaba de confianza y seguridad. Exhaló. Inhaló de nuevo, esta vez el olor de Kinn mezclándose deliciosamente con el aroma del café. Exhaló.

Podía hacer eso todo el puto día y no se cansaría de ello.

—¿Tú también te duchaste? —no quería quedarse con la duda, ¿cómo diablos era posible que oliera tan bien todo el tiempo?

El aliento cálido de Pete sobre su piel hizo temblar al hombre.

—No —dijo Kinn, vertiendo el café ya listo en dos tazas del mismo color—. Pienso hacerlo después de ejercitarme.

Con un giro lento y cuidadoso, Kinn terminó con la barbilla de Pete sobre su pecho.

Todavía sujetaba su cintura. No planeaba soltarla por un buen rato.

La mirada de ambos se encontró y no pudieron evitar sonreír como idiotas.

—El café ya está listo —obvió Kinn.

—Lo sé —dijo Pete.

Pero ninguno de los dos se movió. Estaban embelesados uno con el otro.

—Mientras preparaba el café, recordé algo divertido —declaró Kinn. Pete sonrió aún más.

We Don't Talk Anymore [VegasPete] [COMPLETA]Where stories live. Discover now