Capítulo 2

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Hace 40 años, Tyneham era un pueblo más verde y más lleno de vida, resaltaba por las flores y plantas entrelazándose en todos los edificios y casas, así como por sus múltiples arroyos, que corrían al lado de cada sendero, llenando el pueblo de un hermoso susurro que conectaba a sus pobladores con la madre naturaleza. En ese entonces, cada habitante del pueblo solía dedicar su profesión a su don en específico, el cual era otorgado al nacer, y de esta manera cada quien aportaba su parte en la comunidad, haciendo a sus roles fluir en armonía. 

Un Gray, muy dedicado a su trabajo, llamado Kile, se encontraba en una investigación sobre cómo eran otorgados los dones a los humanos y el origen de estos. Había pasado varios días en la biblioteca del pueblo, y en casa tenía su despacho lleno de libros. Durante su investigación matutina en casa, su esposa se acercó a él para entregarle una taza con café. Eran apenas las 10 de la mañana, pero aquello era una merienda que les gustaba compartir durante el trabajo. Ella dejó la taza en la mesa, apartando algunos libros que se encontraban cerrados en ese momento, y él le devolvió una sonrisa, aunque se podía notar el cansancio en él a pesar de estar a poco menos de la mitad de su día.

—No entiendo por qué te dedicas tanto a eso, puedes investigar a tu ritmo —le dijo su esposa. Su nombre era Lina. Ella, al igual que él, también era una Gray.

—Quiero que esto sea perfecto —le respondió él—. Además, quiero tener la investigación lista para implementarla en nuestro bebé —agregó.

—No quiero que nuestro bebé sea parte de una investigación —soltó Lina. 

Hace tiempo que tenía ese presentimiento, Kile le había tocado el tema muchas veces, ella sabía que él quería tener hijos con ella, pero él estaba decidido a hacer que su familia fuese solo de Grays. En el pueblo no inusual ver parejas del mismo don, pero lo que nunca había pasado era que su descendencia heredara el mismo don que sus padres. Kile estaba decidido y hasta obsesionado con lograrlo.

—No será parte de un experimento —le respondió, acercándose para darle un pequeño beso a su esposa—. Será el complemento perfecto para nosotros, piénsalo, padres e hijos Grays, podríamos descubrir todos los misterios que envuelven nuestro mundo.

Ella le sostuvo la mirada un momento, soltó el aire que estaba reteniendo sin saberlo, no quería discutir más ese tema, así que le indicó que saldría a comprar comida al pueblo. 

En su ausencia, él siguió con su investigación. Hace poco había descubierto que siempre que dos personas del mismo don tenían un hijo, este heredaba uno de los dones de sus abuelos. Era un factor común que él necesitaba aclarar. En todo momento había habido una creencia de que los dones y también los rasgos físicos se otorgaban como manifiesto de la madre naturaleza y no podían ser controlados porque no se utilizaba la genética de los progenitores, era un proceso que muchos definían como la magia de la naturaleza. Sin embargo, ahí nacía el problema de los abandonados, al no heredar los rasgos físicos ni dones de sus padres, era muy difícil identificar a alguien como familia cuando los abandonaban. Kile había pasado por eso y no quería que nadie más lo sufriera.

Él pensaba que si tan solo pudiera identificar a su familia, podría volver a ellos; ignoraba el hecho de que si lo habían abandonado, quizás no quisieran que volviera a sus vidas. Lina intentaba ayudarle a entender que no se puede forzar un sentimiento en alguien que no lo siente, pero él aún tenía el deseo de conocerlos y si no, al menos evitar que continuara habiendo niños abandonados.

Cuando Lina no estaba, la casa se mantenía en silencio. Ella era una Gray, pero amaba la música, siempre estaba cantando o tarareando algo mientras hacía cualquier cosa. Todo ese silencio arrulló a Kile, que estaba apoyado sobre uno de sus codos, leyendo un artículo de un periódico. Se fue quedando dormido poco a poco, hasta que sintió un golpe. Se había dormido de repente y se encontraba en el piso. Tanto era su cansancio y confusión que no notó ningún dolor hasta que intentó levantarse, su pantalón estaba manchado de sangre desde la rodilla hacia abajo y la taza que había sostenido momentos antes estaba rota debajo de su pierna.

Se levantó como pudo y notó que parte de la cerámica de la taza seguía incrustada en su pierna, sabía que no podía retirarla así como así porque en parte estaba parando la hemorragia, necesitaba algo con qué cubrirla. Como pudo, caminó hasta la cocina. Recordaba que su esposa guardaba vendas y medicamentos en un cajón, ahí encontró las vendas y pudo quitarse los trozos de la taza de la pierna. Aunque sabía que necesitaría ir a la enfermería, lo pensó un momento, el cansancio no lo estaba dejando pensar del todo bien y prefería esperar que llegara Lina, no obstante, le inquietaba la posibilidad de que la herida se infectara.

Se quedó quieto un rato, evaluando su situación para encontrar una solución. Kile era un Gray en todo sentido, siempre muy analítico. Mientras buscaba en los cajones, pudo observar por la ventana a su vecino Clark. Era un anciano Green, uno de los mejores en su rama, se dedicaba totalmente a sus cultivos y por la calidad que estos ofrecían, siempre podían disfrutar de sus frutas y verduras en todos los eventos del pueblo. Él iba pasando con una carreta vacía, Kile abrió la ventana lo más rápido que pudo antes de que Clark siguiera su camino y alcanzó a llamarlo.

—Señor Clark, buenos días —le saludó. 

El anciano lo miró y le regaló una sonrisa. Habían sido muy unidos desde que Kile y Lina se habían mudado junto a su casa un par de años atrás. Kile había ayudado a Clark muchas veces a documentar sus descubrimientos sobre la agricultura para los jóvenes Green. Él sabía que podía contar con Clark y le pidió que lo llevara a la enfermería en su tractor. 

El anciano no entendía bien el porqué, ya que no podía distinguir bien las emociones en el rostro cansado de Kile, pero Kile le mostró la herida y él se apresuró a rodear la casa y ayudarlo a llegar al tractor. Durante el camino conversaron y Clark supo que Kile no había dormido bien últimamente, aprovechó la oportunidad para regañarlo por eso.

 —Aún eres joven, Kile —le dijo mientras conducía—. No necesitas presionarte demás, debes entender que cada vida es un proceso distinto y tus logros son únicos, por lo que debes tomar tu propio tiempo para alcanzarlos. 

Kile, quien había pasado un buen tramo del camino medio dormido, asintió y le dio la razón, él no compartía ese mismo pensamiento. Toda su vida se había dedicado a presionarse a sí mismo a lograr la excelencia, pero sin duda el señor Clark se había ganado un lugar en su corazón, así que no se atrevía a llevarle la contraria, para él era como el padre que nunca tuvo.

Búscame en el agua.Where stories live. Discover now