012: Robar es entretenido

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El rabioso de los Apolo y yo nos dirigíamos al comedor del campamento, luego de terminar 10 partidas del juego de los globos.

El enano estaba tan feliz de haber ganado 6 de 10 rondas, que creía iba a conseguir algún premio o algo así. Que molesto.

— Primera vez que juego y te destruyo, ¿eh? —rió con una gran sonrisa orgullosa.

— Te dejé ganar en la mayoría, no te creas tanto. —rodé los ojos— Después de todo, era tu primera vez jugando. —miré adelante, hacia el camino de tierra, y coloqué mi espalda recta, con aire de suficiencia.

— Tu tía tenía razón —habló con tono burlesco—, eres un orgulloso de primera.

— Mira quién habla.

— ¡¿Eh?! —exclamó, cambiando por completo su expresión—, ¡no soy orgulloso!

— Eres tan malo mintiendo, Chibi.

— ¡Jódete! —me gritó, empujándome. Con suerte, no me caí—. Juega como siempre lo haces, entonces. Te aseguro que puedo ganarte igual.

— ¿Me estás retando, Chibi? —levanté la ceja y dejé caer mi cabeza hacia el lado contrario. Nada era mejor que una buena competencia... tal vez las sopas de cangrejo, pero no es el tema.

Aunque, si lo pienso, es algo injusta, teniendo en cuenta lo malo que era el enano en el juego —le gritaba a la pantalla cada vez que un globo no se reventaba como debía—. Le dejé ganar 5 veces a propósito y la otra fue porque me descuide mirando sus pecas, no porque el enano sea bueno.

— ¿Acaso quieres apostar? —me preguntó. Nos habíamos detenido en medio del camino, mirándonos con un brillo especial en los ojos. La competencia.

No sé cuál de los dos era más competitivo (yo, probablemente), pero nuestros ojos, que son tan opuestos, brillaban de la misma manera. Una sonrisa en los labios de Chuuya se asomó, invitándome a hacerlo también.

Cedí el impulso de sonreír con sorna (la situación lo ameritaba) y —antes de que cualquiera de los dos pudiera formular una palabra—, el sonido del cuerno de los sátiros rompió nuestra burbuja.

Chuuya me miró con preocupación.
— No podemos llegar tarde —dijo y se echó a correr.

— Y tu papá estará ahí, ¿no? —le recordé alzando la voz (ya estaba un poco lejos). Sus pasos se volvieron más rápidos bajo el sol que ya se estaba escondiendo. Lo seguí con un poco menos de velocidad a la de él.

(•••)

— ¿Dónde estaban? —me preguntó Arthur a mi lado izquierdo. Vió como el hermano de su novio se sentaba de manera apresurada en su mesa.

Con Chuuya llegamos, con suerte, al comedor justo antes de que se diera el festín y los profesores nos reclamaran, aunque todos en la mesa del medio nos observaron atentamente al llegar. Distinguí al profesor de lanza juzgándome con la mirada y Mori casi que riéndose con los ojos. La burla es una de las pocas emociones que siento que Mori expresa genuinamente, aunque en su mayoría es intentando comprimirla. Ese señor es muy extraño.

— Lejos de aquí. No nos dimos cuenta de la hora —contesté con voz aún entrecortada por la corrida.

— Dazai —me llamó la atención Ango, quién se sentaba al frente de Arthur—. No puedes llegar tarde al almuerzo, ni a la cena.

— O te quedas sin comida —agregó el pelinaranja de los Tanizaki—. Ya me pasó una vez... —terminó por murmurar, mirando con culpa la mesa de madera. Su prima le dio unas palmaditas en la espalda.

Hijos de Divinidades || SoukokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora